Después de pasar nuestro primer día en Bangkok visitando el Mercado de Patpong y paseando por las calles de Silom, tal y como os conté aquí, amanece un nuevo día en la ciudad los ángeles, como la llaman los Tailandeses.
En Bangkok amanece muy temprano así que, ya sea por el jet lag o por la luz, nos despertamos antes de que sonara el despertador, nos vestimos y bajamos a desayunar antes de que el guía pasara a recogernos por el hotel. El desayuno del hotel era buffet y, como en otros países asiáticos, estaba dividido en dos: continental y tailandés. Al principio, no te imaginas a las 8 de la mañana comiendo fideos con pollo pero cuando llevas un par de días allí, créeme, te acabas acostumbrando y hasta te acaba apeteciendo.
A las 9 de la mañana, puntualísimo, Annop, nuestro guía, nos esperaba en la recepción del hotel. Tengo que confesaros que nuestro viaje fue idílico ya que tuvimos la suerte de tener un guía sólo para nosotros (ventajas de viajar en Marzo al extranjero y ser español) y al estar solos pudimos descubrir Tailandia a nuestro antojo.
Nada más salir a la calle, una ola de calor nos echó para atrás. ¡Impresionante el calor que hace en Bangkok a las 9 de la mañana y nosotros íbamos vestidos con pantalón largo y camiseta de manga corta para poder visitar los templos de la ciudad! No nos veíamos capaces de soportar tremendo calor al mediodía.
Nuestra primera visita fue al Gran Palacio y Templo del Buda Esmeralda. Esa era la única visita guiada del día, el resto lo hicimos por nuestra cuenta, y aunque, debido al tráfico que hay y a la cantidad de gente que hay por las calles creíamos que estaría lleno de turistas, no fue así por lo que disfrutamos mogollón con la visita. Annop nos guió y mostró cada rincón de Gran Palacio, incluso nos tomó fotos. Nos encantó. Con esos colores vivos y dorados, con esas fuentes y zonas ajardinadas, ¡es un lugar precioso que no os podéis perder si visitáis algún día Bangkok!
Y llegamos al Templo del Buda Esmeralda o Wat Phra Kaew, el más importante de Tailandia. Para entrar a cualquier templo debes descalzarte. A pesar de ser el buda más pequeño que vimos en el viaje es el principal icono religioso del pueblo tailandés. Es de jade y una peculiaridad que nos encantó es que lo visten con un atuendo diferente en cada estación. ¡Así lo descubrimos nosotros!
Otra curiosidad de Gran Palacio es que, al contrario de otros templos, no lo habitan monjes sino que sólo tiene edificios sagrados, estatuas y pagados con una preciosa decoración.
Después de la visita al Gran Palacio, Annop nos preguntó si queríamos volver al hotel o visitar otro rincón de la ciudad y nos acompañó hasta El Templo del Buda Reclinado o Wat Pho. ¡Qué lugar tan bonito! Lo impresionante, sin duda, es que contiene un buda reclinado que mide 46 metros de largo y 15 de altura. Es el buda reclinado más grande de Tailandia. Este templo nos encantó. Allí hablamos con unos niños tailandeses que estaban aprendiendo español y, además, pudimos ver la ofrenda de unos monjes a Buda. Una experiencia que os animo a vivir aunque no os la dejen fotografiar.
Después de la visita a El Templo de Buda Reclinado, decidimos cruzar el Río Chao Phraya. Visitamos el puerto y el mercado de amuletos antes de coger un barco. Os lo recomiendo porque es un lugar curioso aunque el olor a pescado es muy, muy fuerte y yo lo pasé francamente mal.
Cogimos una barca para dar un paseo. Si sois muy pudorosos no os recomiendo que miréis al fondo. No quiero ni imaginar cuánta contaminación había en el fondo ni que hubiese sido de nosotros si llegamos a caernos al río.
El caso es que el viajecito valió la pena. Acabamos al otro lado del río y allí visitamos uno de los templos que más me gustaron de todo el viaje: el Templo de la Aurora o Wat Arun. Ya era casi mediodía y el calor empezaba a hacer mella en nosotros pero tenéis que verlo y subir sus escaleras hasta llegar a sus terrazas. Las vistas a la ciudad valen la pena.
Y llegó el momento de tomarse un respiro y reponer fuerzas. Comimos cerca del puerto, en un sitio muy tradicional pero a la vez moderno. ¡Nos atrevimos a probar los fideos con pescado y estaban riquísimos!
Descansamos un rato y, caminando, caminando llegamos al Mercado de las Flores, el cuál os recomiendo que visitéis. Es precioso, repleto de colores, olores y mujeres haciendo coronas y adornos con flores para las ofrendas a Buda.
Y caminando desde allí llegamos al Phu Khao Thong o Monte Dorado, una colina artificial desde dónde poder contemplar los contrastes de la ciudad. Por un lado, barrios repletos de chozas, y por el otro, palacios y rascacielos.
Según nos explicó Annop, tuvimos la suerte de ver tantas ofrendas y fiestas en los Templos porque visitamos el país en periodo vacacional. El caso es que antes de subir a la cima y visitar el Templo de la Colina o Wat Saket (tuvimos que subir 318 escalones a más de 40 grados), pudimos ver como unos novicios pronunciaban sus votos antes de nombrarles monjes. Impresiona muchísimo porque son niños.
Eran poco más de las 17h cuándo terminamos la visita y con ese calor infernal decidimos volver al hotel y darnos un chapuzón en la piscina. Fue nuestro primer viaje en tuc tuc y te digan lo que te digan, te cueste lo que te cueste (no vas a racanear por 3 euros), ¡tienes que probarlo! La experiencia mola mil.
Después de refrescarnos en la piscina y descansar un ratín, decidimos salir a cenar por el barrio de Chinatown. Cogimos el metro. El metro es 100% seguro y baratísimo, eso sí la primera vez es un poco complicado entender cómo sacar tu billete ya que la señora que hay en la ventanilla no los vende, sólo te indica el número que debes presionar para sacarlo tú mismo de la máquina. A nosotros nos tuvo que ayudar un niño que tuvo más paciencia que un santo y que pese a esperar más de 15 minutos su turno no perdió la sonrisa ni un instante (debía pensar que éramos primos de Paco Martínez Soria jejeje).
Rápidamente nos plantamos en Chinatown con la idea de ver bazares chinos y peleas callejeras de tailandeses-chinos (lo que se ve en las películas, vamos) pero el caso es que cuando llegamos daba miedo andar por ahí pero no por el bullicio de las calles sino porque no había ni un alma. Todos los bazares estaban cerrados, las calles estaban en obras así que volvimos a la estación de Hualamphong y cenamos en un restaurante improvisado en la calle. Fue uno de los días que mejor cenamos y el primer día que me bebí una cerveza tailandesa. Lo mejor de la fría Singha, sin duda, el tamaño.
Y así acabó nuestro segundo día en Bangkok. En un par de semanas os cuento cómo vivimos el último día en esta increíble ciudad.
Mari Carmen ?