Quedé con la esteticista a las 9 y fuimos a su gabinete para que me hiciera el bronceado de caña de azúcar. El día anterior ya habíamos dejado a punto la depilación y demás, así que fue rápido. La única pega es que no me gustó tanto como cuando me lo hice para las pruebas; esta vez me salieron rodales enseguida, pero bueno, al menos para el día de la boda estuvo en condiciones. Ella ya lo sabe, pero desde aquí le tengo que volver a agradecer que accediese a trabajar Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria; la tuve a la pobre pringada en esas fechas y en todo momento se portó genial conmigo.
Al salir, había quedado con algunas amigas para desayunar chocolate con churros. La idea era darles los cuquibroches a mis amigas en ese momento, pero después de muchos ires y venires decidí que no, que lo haría el día de la boda como había pensado inicialmente, y así podrían ponérselos. Me daba pena que algo tan bonito no pudiera lucirse.
También hubo cambio de planes en cuanto a que iba a ser un desayuno femenino, pero acabaron uniéndose a nosotras los chicos, que habían quedado por otro lado. Nuestros amigos comunes aprovecharon la ocasión para darnos el primero de sus regalos: un cofrecito con una placa y dos copas que llevaban nuestros nombres grabados. Al abrir el cofre, mi chico y yo cruzamos una mirada divertida: ¡unas copas personalizadas es justo lo que habíamos estado haciendo la noche anterior para regalar a los chicos! Fue una coincidencia muy curiosa.
Pasamos un buen rato desayunando y riéndonos, recordando viejos tiempos y anticipando los nuevos, y al terminar, aunque nuestros amigos ya han estado muchas veces en nuestra casa, se empeñaron en subir otra vez. Luego os explicaré por qué, ¡menudo hatajo de brujos! Se nos colaron por todo el piso como hormigas. Estando allí, se hizo mediodía, y nos cantaron la cuenta atrás cuando quedaban 10 segundos para las 12. Ahí empezó el cachondeo con que nos quedaban 24 horas de solteros. Aplaudieron, nos lanzaron vítores; en fin, son muy salaos (y muy escandalosos) cuando se lo proponen.
Cuando conseguimos echarlos, tuvimos que ir a relavar el coche del novio (por lo que os he contado ya, que la vecina se puso a regar con la manguera y se nos quedó lleno de lamparones). Hacía un sol radiante, qué a gustito se estaba... Después comimos en casa de mis suegros. Luego mi chico decidió irse a dar un paseo por el campo, ya que el tiempo acompañaba, y eso es lo que tendría que haber hecho yo, pero estaba tan molida del madrugón y la mañana tan ajetreada que tuve que echarme la siesta. MAL HECHO. Sabía que no debía, pero no lo pude remediar, estaba agotada. Dormí algo más de una hora y entonces vinieron de visita mis padres con un batallón familiar: mi hermano y mi cuñada, mis tíos, mis primas... ¡Y mi familia es que es de traca! Total, que a las 8 de la tarde, cuando se fueron, otra vez de limpieza, ¡vaya cuadro, jajajaja! Eso sí, con mucho gusto. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que nuestros amigos nos habían robado una lámpara y todos los portafotos que teníamos en casa. ¡Menudos chorizos!
Acabamos de grabar el último CD con la música para la barra libre y salimos a cenar con los míos, y más tarde, en sustitución de la típica serenata que se suele hacer en nuestro pueblo, nos los llevamos a tomar algo con nuestros amigos.
Ahí volvieron a darnos las 12, esta vez de la noche, y otra vez nos cantaron la cuenta atrás y luego, a grito pelado en medio del bar, todos chillando "¡¡que se besen los novios, que se besen los novios!!" Jajajaja, y mi novio cortadísimo porque mis padres estaban delante, ¡fijaos, no consintió en besarme ni en la mejilla! Conforme él se ponía colorado, yo me desparramaba de la risa, y nuestros amigos gritaban más y más... Fue muy divertido.
Después de eso, nos fuimos a dormir ya, él a casa de sus padres y yo a la de los míos. Me costó horrores conciliar el sueño: entre la siesta, los planes que tenía para el día siguiente, mi hermano y mi cuñada de risas en la habitación de al lado... La última vez que miré el reloj eran las 2 de la mañana, di más vueltas que una peonza, y desde las 5:50 ya no conseguí volver a pegar ojo hasta que me levanté a las 7. El caso es que no me recuerdo nerviosa en el sentido físico: no tenía el estómago revuelto, ni quería ir al baño, ni necesitaba tomar nada... El problema estaba en mi cabeza, ¡y yo lo sabía, que era lo más grave! Hasta ese día había dominado bien la intranquilidad pensando en otras cosas y desconectando cuando podía del tema de la boda, por ejemplo en el trabajo o haciendo deporte, pero esa noche ya no pude escaparme. Sabía que la clave era dejar de pensar en la boda, ¿¡pero cómo hacerlo?! Jajajaja, ¡misión imposible!
También tengo mis dudas sobre si la siesta tuvo parte de culpa. Por eso, si me admitís un consejo, intentad no dormir siesta el día antes de la boda, aunque os caigáis de sueño. Yo tenía claro que no debía hacerlo, pero del dicho al hecho... La verdad es que el viernes después de comer no era persona.