¡Qué penita me da deciros que nuestra luna de miel en Tailandia está a punto de acabar y más aún después de los acontecimientos ocurridos en ese bellísimo país en los últimos días! Me entristece muchísimo ver lo que está pasando allí porque sólo tengo bonitas palabras para describir lo que vivimos esos mágicos días.
Los que seguís la crónica de mi Honeymoon, sabéis que después de visitar la capital del país y otras ciudades históricas, recorrimos miles de kilómetros hasta llegar al norte para visitar las ciudades de Chiang Rai y Chiang Mai.
Os confieso que nuestro segundo día en Chiang Mai fue muy distinto del primero.
Una de las cosas que más nos apetecía hacer durante este viaje era montar en elefante así que después de un buen desayuno en el hotel (por supuesto, acompañado de huevos), nos dirigimos a un campamento de elefantes.
¡Qué calor hacía! No se me olvida cómo sufrimos el calor ese día.
Antes de montar en elefante, me hubiese gustado mucho dar un paseo en las balsas de bambú que tenían en el campamento pero Juan tenía tantísima calor que se negó en rotundo así que por no dejarlo sólo me quedé con las ganas de vivir la experiencia.
La importancia del elefante en Tailandiaes enorme: no sólo es un símbolo,
también una parte importantísima de su cultura y economía.
En el campamento de elefantes, pudimos darles de comer, observarlos tomando el baño (¡me encantó!) y disfrutar de un espectáculo en el que los elefantes eran capaces, entre otras cosas, de pintar o de jugar a fútbol.
Y llegó el momento de montarnos en un elefante y descubrir la selva.
Fue una experiencia muy divertida. ¡Os la recomiendo 100%!
Y llegó la hora del almuerzo. Antes de comer en un restaurante local, visitamos una plantación de orquídeas. Cómo ya intuiréis por el tocado y el ramo que lucí en mi boda (podéis verlo aquí y aquí), la orquídea es una de mis flores favoritas así que no os imagináis lo que disfruté en la visita. ¡Increíble cómo crecen las orquídeas y el sinfín de colores que hay!
Al ir solos (bueno en compañía del vasco que nos acompañó en las excursiones por el norte del país), el guía nos propuso varias actividades después de comer: visitar tigres, la famosa tribu de las mujeres jirafas o el barrio artesanal de Chiang Mai.
A mí la idea de visitar tigres no me acababa de convencer. No me gusta nada el uso comercial que hacen de los tigres en Tailandia para que los turistas nos tomemos una foto como si de un trofeo se tratase (es una opinión personal, por supuesto, pero no me gusta) así que tenía claro que no me apetecía vivir esa experiencia y teniendo en cuenta que la experiencia con las tribus tampoco me había entusiasmado, preferimos visitar el barrio artesanal, concretamente, una fábrica de plata y otra de seda.
Tampoco os perdéis nada si no lo visitáis aunque nosotros nos lo pasamos en grande haciendo un poquito de shopping. Fue allí dónde mi marido me compró una pieza de Pandora muy especial, el símbolo de Tailandia, un elefante.
Al ser tan sólo tres personas, acabamos muy temprano la visita, por lo que pudimos disfrutar de un baño en la piscina y un poquito de relax en el hotel.
Esa noche fue la única que no salimos solos. Nos fuimos a cenar al famoso mercado nocturno de Chiang Mai (concretamente, al mercado nocturno conocido como Saturday Walking Street) y a tomar unas copas con el vasco y, la verdad, es que lo pasamos en grande.
Allí disfrutamos de la deliciosa tortilla de ostras (pensé que no me gustaría pero os aseguro que sorprendentemente estaba deliciosa) de uno de sus puestos de pescado y allí también probé los gusanos. Yo no sé muy bien describir qué gusto tenían pero yo me los comí y recuerdo que no me disgustaron.
La verdad es que en Chiang Mai hay muchísimo ambientazo por las noches. Pudimos, incluso, disfrutar de una actuación en directo de Drag Queens y, después de unas cuántas copas, a puntito, estuve de traerme a casa a mi marido vestido con el atuendo de una de sus tribus más famosas.
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