Salimos del salón y nos organizamos con nuestros padres y amigos antes de dirigirnos al local donde continuaba la fiesta. Mis suegros, mi cuñado y los tíos de mi chico se fueron en el coche nupcial, mis padres y mi hermano se repartieron en sus coches para acompañar a la familia al hotel y a casa de mis padres, nuestros amigos se adelantaron para llegar al local y empezar a prepararlo todo, y mi chico y yo cogimos las cajas de los regalos que habían sobrado y las metimos en su coche, el que él había utilizado por la mañana, y nos fuimos también a casa de mis padres a dejarlo todo. ¡Vaya lío, jajaja! Al llegar junto al coche, mi chico se hacía cruces porque los pájaros le habían cagado el coche enterito. "¡Vamos, no había otro sitio para aparcarlo! ¡Aquí, debajo del arbolito, para que los pájaros me lo acribillen!" Yo me meaba de la risa. Nos subimos al coche, él conduciendo y yo en el asiento el copiloto, hecha una bola de volantes y riéndome todavía. La verdad es que fueron unos minutos de tranquilidad, y los dos comentamos lo curioso que era que el día de nuestra boda fuéramos ahí sentados en el coche, solos, a nuestro aire, como cualquier otro día. ¿Y si nos fugamos? ¡Jajaja!
Al llegar a casa de mis padres, abrimos el maletero y empezamos a sacar trastos: que si la caja del vino, la caja de las pashminas, las maletas que nos habían regalado, la cestita de los alfileres... Lo íbamos dejando todo en la acera y nos lo íbamos metiendo para adentro. Pasó una familia paseando y tuvimos un déjà vu: nos volvieron a mirar como los que nos habían visto por la mañana en Porcelanosa, como si estuviéramos locos perdidos, ¡una novia y un novio transportando cajas, jajaja!
En casa estaba mi abuela, a la que habíamos visto desde la ceremonia, y estuvimos hablando un poquito con ella. Aproveché para ir al baño, y más por si acaso que por verdadera necesidad, algo increíble porque no había tenido que ir desde las 11 de la mañana, antes de ponerme el vestido, y yo por lo general soy bastante meoncilla. Fue para entonces cuando el vestido empezó a agobiarme, me notaba demasiado apretada. Ni los ejercicios de física cuántica son tan difíciles como decidir qué hacer en ese momento, jajaja. Estuve debatiéndolo con mi tía y mi madre, y es que temía que si me desabrochaba el corpiño, quizás no podría volver a cerrarlo. ¿Y si dejábamos la cremallera abierta y los botones cerrados, o al revés? No, se iba a ver feo... ¿Y si me quitaba el can-can y hacíamos un poco de hueco? Decidimos esto último, así que mi tía se puso manos a la obra hasta que logró quitármelo por abajo. ¡Un pequeño respiro, qué bien! Y entonces se me encendió la lucecita: "tía, desabróchame sólo los botones de arriba". ¿Y sabéis lo que hice? ¡Sujetador fuera! ¡Ése sí que fue un respiro! Daba la casualidad de que la mini-ballena del sujetador coincidía con la ballena del vestido, y aunque el sujetador no llevaba mucho push-up, los milímetros que gané me dieron una sensación de libertad increíble. ¡Ahora ya me encontraba mejor! Mi marido me miró de hito en hito cuando le dije que el sujetador se había ido fuera, ¡jajaja! Y ya que estaba, aproveché y me puse las espardeñas blancas que había comprado. Más por ganas de estrenarlas y por prevenir que por que realmente las necesitara en ese momento, porque los zapatos eran una gozada y en absoluto me dolían los pies. De hecho, al cabo de un rato las espardeñas se revelaron más incómodas que los zapatos.
Espero haberos arrancado alguna sonrisa con esta entrada, pero ante todo me gustaría que os quedarais con el mejor consejo que creo que puedo daros sobre el vestido: que NO os lo ciñan demasiado. Por mucho que insistan en la tienda y por muy mono que parezca que va a quedar, dejad unos milímetros (o incluso un centímetro) que os permitan un poco de libertad. Pensad que el cuerpo ensancha a lo largo del día y no es lo mismo ir embutida en tela que no cede los 15 minutos de la prueba, ahí quietecitas, que un día entero moviéndote. Yo me arrepiento mucho de haberme dejado llevar por la modista en la última prueba y acceder a que me apretase tanto el vestido, ya que mi intención era haberlo llevado más suelto. De hecho, no me convenció hasta la última prueba, y porque me argumentó que si no me lo ceñía se me formaban unas arruguitas en la zona de los riñones (que era cierto). Pero a toro pasado, creo que habría preferido las arruguitas a la pena de tener que quitarme el vestido antes de que acabara la noche, cosa que tuve que hacer porque lo de casa de mis padres fue sólo una solución provisional. Fijaos hasta qué punto iba apretada y me hicieron polvo las ballenas, que tuve las costillas doloridas hasta tres días después de la boda. No merece la pena, de verdad.
Un beso, luego continuó. Os dejo algunas fotos más que me han pasado de otros momentos de la boda, ya que de este ratito no tengo.