El local donde nuestros amigos decidieron celebrar la barra libre de la noche es la sede de una comparsa mora de nuestra ciudad y se llama "La Aljafería".
Para las que no lo sepáis, en la zona de Levante son muchas las localidades que celebran en algún momento del año las fiestas de Moros y Cristianos en conmemoración de las batallas entre los pueblos árabe y cristiano en los años de la Reconquista. En cada localidad existen dos bandos, el moro y el cristiano, y en cada bando hay varias comparsas o grupos. Por cierto, nosotros hemos celebrado las fiestas precisamente hace una semana, pero bueno, ésta es otra historia... Si queréis saber más sobre las fiestas, podéis echarle un vistazo a este artículo de la wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Moros_y_cri...
Pues bien, ésta es la sede de una de las comparsas moras. Por fuera pasa casi desapercibida, la decoración es bastante discreta, pero por dentro imita muy bien el estilo árabe con suelos de mármol, columnas talladas...
Nuestros amigos se habían adelantado a "La Aljafería" para ir preparando la bebida y la comida. Ellos fueron los que se hicieron cargo de estar detrás de la barra. Parecía imposible que la gente pudiera tener hambre después de la panzada a comer que se dieron en el restaurante, pero alguno de nuestros amigos nos comentaría luego que había un grupo de señoras metiéndole prisa para que cortase las tortas de hojaldre con más garbo y las fuera sirviendo, jajaja. Había dos jamones, quesos, tortas de jamón y queso, tortas de fritada y brazos de gitano, así como pasteles y madalenas que trajeron mis abuelos del pueblo, y una cocinilla y dos cámaras a rebosar de bebida. ¡Vamos, una exageración! Creedme o no, pero no sobró ni una migaja. La gente aún tuvo el ánimo de seguir comiendo, y lo que veíamos que se iba a quedar lo fuimos repartiendo entre los que se marchaban antes de tiempo: medio brazo de gitano por allí, dos botellas de coca-cola por allá... Le dimos hasta una docena de madalenas al cuartelero, que bastante aguantó el hombre esa noche, jajaja.
Cuando mi chico y yo llegamos, muchos invitados ya llevaban allí como una media hora. Nuestros amigos pusieron la marcha nupcial de Queen para que entrásemos: http://www.youtube.com/watch?v=R-AnIJJL2...
¡Y todo el mundo aplaudiendo otra vez! No fue tan espectacular como la entrada en el salón por la mañana, pero tuvo su gracia.
A partir de ahí, la fiesta continuó. Nos dedicamos sobre todo a hablar con la gente. La mayoría estaban sentados en corrillos merendando y charlando, o bien acaparando la barra, donde se cortaba jamón a go-go y se combinaba con toda clase de bebidas. Creemos que la gente se amuermó un poquito, y ya nos dimos cuenta en ese momento, debido a que la acústica del local no era demasiado buena. Los altavoces estaban a tope pero la música se escuchaba algo distorsionada, con poca claridad, y a la gente no terminaba de engancharle para bailar. Nos dio pena porque nos habíamos currado mucho la selección de canciones y habíamos invertido muchas horas en descargarlas, ordenarlas y grabarlas, y sobre todo porque teníamos otro motivo para pensar que deberíamos habernos quedado en el restaurante a celebrar toda la barra libre. ¡Pero claro, eso es lo que había! Nos comentaron tres o cuatro veces lo mal que se escuchaba el sonido, que vaya latazo, así que pedimos auxilio a nuestros amigos, que se las ingeniaron para conseguir unos CDs que se oían algo mejor que los nuestros y la gente ya no tuvo más motivo de queja. ¡Menos mal! Las canciones que había en esos CDs eran muy del estilo de las nuestras, así que todos contentos. La gente empezó a animarse y a bailar otra vez.
Hubo anécdotas como para escribir un libro, las propias y las de los demás, las que me contaron y de las que nunca me enteraré. Sé que alguien pidió vino y mis amigos abrieron las botellitas que habían sobrado de los regalos, con tanto arte que una de ellas reventó y enjalbegó una de las paredes de la cocinilla, por lo que les tocó subirse uno a los hombros de otro y frotar con estropajo. Sé que mi padre sacó a relucir sus dotes de camarero y estuvo repartiendo platos de jamón y queso entre los corrillos. Sé que uno de mis primos pequeños se quedó durmiendo sobre una mesa de puro agotamiento, que se formó alguna pareja nueva (aunque a día de hoy ya no están juntos), que hubo un intercambio masivo de zapatos y sandalias entre las mujeres de mi familia, que mi chico mantuvo conversaciones trascendentales hasta con la familia remota del pueblo... ¡Y hasta le dijo unas palabras muy bonitas sobre mí a mi abuelo! Casi me lo como.
La gente bailaba y se reía, charlaba, iba de aquí para allá... Había un ambiente tan bueno que, cuando llegaron las nueve, los pobrecitos del pueblo que habían venido en autobús no querían marcharse y a mi tío le tocó discutir con el chófer. ¡Menudo genio gastaba el hombre! ¡Habría sido capaz de dejarlos en tierra!
Al irse los del pueblo, nos quedamos muy poquita gente. Me fui entonces adonde estaban mis amigas de siempre, las pocas que habían venido a la sede después del restaurante, y estuvimos hablando y bailando un poquito. Aquí, servidora luciendo esparteñas y toda la porquería del bajo del vestido, jeje.
Eso fue hasta que las ballenas del vestido decidieron rematarme. No quiero sonar melodramática, pero me tuve que sentar en una silla porque me costaba respirar. Además tenía hambre y sed, pero no me cabía absolutamente nada en el cuerpo. Mis amigas me decían que parecía un merengue allí sentada, todos los volantes al aire y los pies sobre otra silla, y aunque intentaba estar animada, la verdad es que pasé un rato malo hasta que decidí que no aguantaba más. En mi cabeza luchaban la idea de quitarme el vestido, por mucha pena que me diera, pero seguir al pie del cañón, y la de aguantarlo hasta que me desmayase. Incluso vino mi chico a preguntarme qué me pasaba, y le dije que me quería ir a dormir... ¡Al pobre se le abrieron los ojos como platos! "¡No puedes irte de la fiesta de tu boda!" Y yo no quería, pero de verdad, estaba incluso angustiada... Hasta que el cuartelero vino en mi ayuda y el hombre me dijo que podía quitarme el vestido si quería en una de las habitaciones de arriba, donde se suelen cambiar las abanderadas en las fiestas. ¡Qué hombre más amable, qué encanto! Mi madre y una amiga me ayudaron a subir, y mientras mi madre iba a casa a por un jersey y unos vaqueros, mi amiga me desabrochó el corpiño del vestido y me tumbé todo lo larga que soy en un sofá. ¡Qué descanso, chicas, no os lo podéis imaginar! El aire me llenó los pulmones y me sentí mucho mejor. Me miraba el vestido y sentía una pena infinita... ¿Por qué yo, por qué este día? No recuerdo si se me saltó alguna lágrima, estaba demasiado triste y al mismo tiempo sentía tal liberación, tal relajación, que me quedé dormida a pesar del follón que había abajo.
Me desperté al poco tiempo, cuando mi madre entró con mi ropa y otra amiga a la zaga. ¡Y me desperté como nueva, como si hubiera dormido 15 horas en lugar de 15 minutos! Me quité el vestido, me puse mi jersey y mis vaqueros y bajé con el alma y la coquetería un poco tocadas por haber dejado mi vestido atrás, pero con las ilusiones renovadas ante la perspectiva de poder seguir disfrutando de la fiesta. ¡Ahora sí que sí! Lo primero que hice nada más bajar fue beberme media botella de agua y, en mi trayecto hacia las mesas donde estaba la comida, saludar a todo el que me iba encontrando. Algunos me miraban perplejos ("¿qué te ha pasado?"), pero al explicarlo todos coincidieron en que había hecho bien. Por fin me abalancé sobre las tortas de fritada y jamón y queso, que estaban ya frías, pero me supieron a manjar de dioses. ¡Qué hambre tenía! No sabía cuánta hasta ese momento.
Después de cenar, estuve hablando con mi cuñado y parándoles los pies a mis primas, que se habían propuesto conquistarlo y no dejaban de lanzarle directas e indirectas. Creo que el pobre se asustó y todo, jajaja. Después bailé un ratito y me hice un montón de fotos con la familia, sobre todo mi hermano y mis primos mayores. Aquí os dejo una, aunque como el local estaba tan oscuro y ya era de noche no se ve muy bien. Ésta es de las últimas, cuando mis padres y mis tíos se retiraron, porque mi madre tiene mi vestido en brazos.
A eso de las 12 ó 12:30, nos quedamos sólo mis primos, algunos primos de mi chico, nuestros amigos, el cuartelero y nosotros. Algunos iban pasados de alcohol y otros estaban reventados, así que decidimos echar el cierre y, si se terciaba, continuar la fiesta en otro sitio. ¡Pero qué va! Cuando, después de haber recogido las mesas y arreglado un poco la barra (bueno, a mí mis amigos no me dejaron, me quitaban las sillas que iba apilando de las manos y me reñían si movía algo), nos reunimos en la calle y vimos el percal... ¡Si los que más frescos estábamos éramos mi chico y yo! Nuestros amigos nos trajeron el último regalo de la noche: un tarro de cristal enorme lleno de harina y... ¡Monedas de uno y dos céntimos! ¡Vaya broma, pesaba un quintal! Nos advirtieron que había al menos 30 € dentro, que ni se nos ocurriera tirarlo por ahí.
Después, estuvimos debatiendo unos minutos si hacíamos algo en plan tranquilo, por ejemplo ir a una tetería, pero todos nuestros amigos se retiraron a dormir y los primos de mi chico se fueron a un pub motero, así que nosotros dos decidimos acompañar a mi hermano, que se había quedado de coche escoba para la familia rezagada, y llevar a mis primos al hotel. Nos acompañó un amigo que es además el encargado de dicho hotel, y que fue quien tuvo el detalle de transportar el dichoso tarrito todo el camino.
Tardamos casi tres cuartos de hora en recorrer menos un kilómetro. Es lo que pasa cuando tienes que ir de pastoreo con gente que lleva más alegría de la cuenta encima, pero me armé de paciencia y fui tirando del personal como pude. Me lo tomé con humor y estuve conversando con mis primos lúcidos todo el camino, pero mi pobre hermano estaba que echaba humo, jajaja, ¡le salió la vena responsable y estaba avergonzadito perdido! Luego llegamos al hotel y aún hubo cachondeo con la recepcionista y el encargado. Dejamos a mis primos, mi hermano y mi cuñada se fueron a casa de mis padres a dormir, y mi marido y yo nos quedamos en la puerta hablando un rato con el encargado. "¿Y adónde vamos ahora?" ¡Jajajaja!
Por lo que me contaron después, en cuanto nos fuimos nosotros mis primos se fugaron del hotel y se perdieron por los bares del pueblo. ¿Para eso estuvo mi hermano de guardaespaldas toda la noche? ¡Jajaja! Liaron alguna más; por ejemplo, le echaron el humo de los cigarros al detector de humo y empezó a sonar la alarma a todo trapo, llenaron la bañera de agua y luego no sabían quitar el tapón, las chiquillas estuvieron saltando encima de las camas como locas (su madre no les deja hacer eso en casa)... En fin, un show. Por suerte, nuestro amigo el encargado hizo mucho la vista gorda. Moraleja: no los traemos nunca más a un hotel, jajaja.