Hacemos tiempo en la calle. Es un barrio residencial con poco tráfico, pero dentro de los coches que pasan, algún que otro curioso se me queda mirando, y yo, que soy una desvergonzada, saludo de vez en cuando con la mano en plan infanta. Mi padre y el tío de mi chico hacen buenas migas y se ponen a hablar, y yo mato los minutos jugando con el ramo y el prendido, con el prendido y el ramo... Entonces se me enciende la bombillita: ¡el perfume!
Después de haber ido adrede a por el perfume, casi me marcho sin estrenarlo. ¡Qué cabeza! Mi hermano sube a por él a mi habitación, lo baja y se lo da a mi padre, que lo saca de la caja y me pregunta frasco en mano: "¿a qué se lo echo?" Y yo le contestó: "¡A mí!" Jajajaja. ¿Qué pensaba este hombre que quería hacer yo con el perfume? Creo que empezaban a traicionarle los nervios...
En ese momento llega el resto de la familia de mi padre: mis tíos, mis primos y mi abuela. La pobre estuvo muy malita a principios de marzo y todavía no se había recuperado. De hecho, vino a la ceremonia y después hubo que llevarla a casa para que se acostara porque estaba agotada y apenas conseguía ni mantenerse en pie. Mi hermano, que además de heavy es enfermero, se portó como un campeón, hizo doscientos viajes del salón a mi casa y viceversa para controlarla, y la cuidó con mucho mimo todo el día.
Entre mi padre y mis tíos ayudan a mi abuela a cambiarse en casa. Hablo un ratito con mis primos en la calle mientras tanto, ¡qué guapos están! Y cuando mi abuela ya está lista y algo más animada -porque pobrecita, qué carita y qué cuerpecito más débil traía-, mi hermano y mi cuñada se suben a su coche y hacen de guía a mis tíos y mis primos hasta el lugar de la ceremonia. Nosotros también vamos subiendo al coche. Este detalle me lo tenéis que perdonar, pero no recuerdo qué clase de coche es. ¡Laguna mental! Sólo sé que era gris plata, tipo todoterreno pero no tan alto y con un aire elegante, y adornado con los mismos lirios blancos que el de mi chico. Me meto en el coche sin ningún problema, ya que por dentro es amplísimo, y me hundo en mis volantes. Mi padre se sube delante junto al tío de mi chico y muy poquito a poco nos ponemos en marcha.
Vamos a 10 por en medio del pueblo, tomando el camino más largo con una tranquilidad casi desesperante. Mi padre y el tío de mi chico van hablando de lo suyo y me dejan unos instantes para mí sola. Veo a la gente de la calle pero ellos a mí no porque los cristales son ahumados. Por un lado me muero de ganas de llegar, lo estoy deseando, pero por otro soy muy consciente de que es mi último paseo de soltera, que son unos momentos mágicos, y me recreo acariciando mis volantes, mis flores, sonriendo ante la mirada curiosa de la gente que en realidad no puede ver nada... No estoy nerviosa, así que tengo un recuerdo muy dulce de esos minutos en los que estuve conmigo misma y mis pensamientos.
Torcemos la última esquina y ya llegamos... Uno de los decoradores nos hace señas para que el coche entre hacia el fondo de la finca, donde está aparcado el coche de mi chico y nos esperan él, sus padres y mi madre, y escucho de refilón la banda sonora de Leyendas de Pasión sonando en el anfiteatro, mezclada con las risas y el murmullo de la gente. Ésta es una foto de mi chico esperando.
El coche se detiene. Mi chico se aproxima. Me abre la puerta del coche, me da la mano, me ayuda a salir... Lo primero que me dice es "Hola, preciosa". "Qué guapo", le respondo yo. Está guapísimo y nerviosísimo, con su media sonrisa de los momentos tensos y un brillo en los ojos que me da ganas de comérmelo a besos. Después me enteraría de que el pobre llevaba casi media hora esperándome y que mientras tanto había hablado hasta con el Tato, así que no es de extrañar que se sintiera como un flan. También me dijo que cuando vio llegar a mi madre sintió un alivio tremendo y lo primero que se le cruzó por la cabeza fue "si ha venido la suegra, ella vendrá también", jajaja.
El traje de mi chico es completamente negro salvo por unos detalles plateados que lleva en las mangas y el cuello de la camisa y los bordes de la corbata. Es de la casa Giovanni Valdi. Yo ya sabía cómo era porque le acompañé a comprárselo, y aunque creo que el factor sorpresa debe tener mucho encanto, en mi caso preferí perdérmelo porque mi suegra estaba empeñada en que mi chico fuera de blanco, y él, que la adora, quería darle en el gusto porque sí, sin ni siquiera engañarse por su propio ojo probando cosas diferentes. De hecho, me ha llegado a confesar que, de no haberle acompañado yo, nunca se habría probado trajes oscuros. Yo no habría tenido nada en contra del blanco si mi chico realmente lo hubiera elegido por propia iniciativa, pero no era el caso, y aunque mi suegra es muy buena persona, yo no estaba dispuesta a quedarme callada ante semejante ejercicio de manipulación. Así que el primer día les acompañé a pesar de que mi chico no estaba muy convencido, pero en cuanto vio que a su madre se le caía la baba con cualquier cosa y que no contaba con más opinión más o menos crítica que la mía, me pidió que en sucesivas ocasiones fuera siempre con él. Lo mejor es que en ningún momento lo presioné y él solito fue cayendo del burro, tanto que al final acabó quedándose con un traje que hasta a mí me parecía trasgresor, pero con el que él estaba encantado y nosotras lo veíamos radiante. La verdad es que gustó muchísimo entre los invitados.
Salgo del coche, le coloco el prendido en la solapa y le estampo un beso en la mejilla al que me corresponde con timidez. Me sonríe, le sonrío... Ha llegado nuestro día. Vamos allá.
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