Mi madre y yo subimos las escaleras a todo correr y, tal como llegamos a la primera planta, tocan al timbre: ¡din, don! Mi madre otra vez para abajo a abrir, ¡es la peluquera! Me meto en la habitación y empiezo a ponerme la ropa interior, el cancán, los zapatos... ¡Soy un hacha, en un minuto estoy! La peluquera flipa conmigo; no tengo medias de repuesto y soy una temeraria, con las uñas recién hechas como cuchillas y tirando para arriba, jajaja. Vuelve a sonar el timbre y mi madre otra vez para abajo, esta vez es el fotógrafo, y la pobre deja al hombre inspeccionando la casa para terminar de vestirse y venir corriendo a mi habitación.
La verdad es que luego lo pensé: quizás tendría que haber esperado y no vestirme tan rápido... ¿Dónde queda ahora grabado ese momento en que la novia se sienta en la cama y se pone dulcemente las medias? ¿O cuando le abrochan los zapatos con delicadeza? ¡Nada, nada, vayamos al grano! Anda que no tiene que ser difícil ponerse las medias una vez que el vestido ya está en su sitio... Además, estoy segura de que el fotógrafo lo agradeció, porque el día que fuimos a hablar con él para concretar cositas me rogó que no lo esperase en paños menores, jajaja. Puedo jurar que el chico no exageraba, pues en su estudio vimos algunas fotos de novias tendidas en la cama con el corsé, el liguero y toda la artillería, dispuestas a abrir su álbum de bodas con un look rollo portada Interviú... Y aunque todo es respetable, qué queréis que os diga, no es la primera imagen que yo querría tener del día de mi boda. La imagen de la noche es otra historia, jejeje, pero ésa no tienes que enseñarla a las visitas cuando vengan tres meses después a ver las fotos.
Volviendo a la crónica... Ya no podía continuar sola; necesitaba que alguien me ayudase a descolgar el vestido de la lámpara y a ponérmelo. La peluquera hace los honores de cortar las cintas de colgar del vestido, y entre mi madre y ella me lo meten por la cabeza poquito a poco, poquito a poco... Y luego se agachan y venga a estirar del forro, las mil y una capas de la falda y toda la tela que se me ha quedado a medio camino entre el pecho y los pies, jajaja. Son unos momentos extraños porque no puedes hacer gran cosa aparte de observar, te tienes que dejar hacer. Luego me doy la vuelta, mi madre intenta subir la cremallera de la espalda y... ¡Oops! ¡No! ¡No, no es posible! Vuelve a intentarlo... ¡Nada! ¡Si hace una semana me estaba perfecto! ¿Qué me ha pasado? ¡Tengo que caber en este vestido como seaaaa!
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Tranquilidad. A ver qué pasa. Ah, problema detectado: ¡llevo el escote casi por el ombligo, jajaja! (bueno, no tanto, pero os hacéis una idea) Con tanto tirar y tirar de la falda, se me ha bajado el corpiño. Nada, todo controlado, un reajuste hacia arriba... ¡Y ahora sí, cremallera perfecta! Y botoncito a botoncito, con la horquilla y mucha maña, como si llevara toda la vida abrochando botoncitos de vestidos de novia, mi madre termina conmigo. ¡Y aquí estoy!
En esto aparece mi padre, que empieza a viajar de una habitación a otra mientras habla con mi hermano, le cuenta a mi madre las peripecias del viaje con la familia al hotel, atiende al fotógrafo... Y mi madre y yo: "¡que te vistas!" ¡Jajaja! El fotógrafo se cuela en mi habitación y empieza a trajinar: enciende la luz, la apaga, sube la persiana, la baja un poco, aparta la cortina, me quita mis peluches de la cama, los pone otra vez, fotografía mis cositas encima del escritorio... La peluquera comienza a repasarme los tirabuzones con la plancha, ¡mi habitación es un hervidero de actividad, me encanta! Absorbo cada segundo con ansia y lo grabo en mi memoria, ¡éstas son las cosas de las bodas que nadie ve, pero que también tienen su encanto! Y al momento empiezan a desfilar mi prima mayor y mis amigas escalera arriba, todas y cada una de ellas preciosísima dentro de su estilo. Se me asoman tímidamente a la puerta de la habitación, ¡y empieza la lluvia de piropos! "¡Vosotras sí que estáis guapas! ¡Con qué cara me hago yo una foto a vuestro lado!", les digo mientras me río y voy dando vuelta sobre vuelta para que la peluquera pueda rizarme el pelo por todos lados.
El fotógrafo entonces pide que mis amigas vayan pasando para ir poniéndome las cositas. Ya tengo lo nuevo, que es prácticamente todo. Lo viejo son las horquillas que la peluquera ha utilizado para hacerme el semirrecogido. Vamos allá con lo prestado.
Se trata de un juego de gargantilla y pendientes que mi padre le regaló a mi madre cuando celebraron sus bodas de plata en 2006. Es de oro blanco y zirconitas, con motivos geométricos pero muy fino, ideal para mí porque me gustan las joyas discretas. Primero pasa mi prima mayor, la sensualidad andante con su vestido naranja y negro y un semirrecogido hecho por ella misma que ya quisiera manejar más de una peluquera profesional. Me pone la gargantilla, ¡clic! Una fotito. Entra mi amiga Tatiana, romántica, con carita de susto y de "¿qué hago yo aquí?", jajaja, y se pelea un poquito con el primer pendiente antes de ponérmelo. ¡Clic, otra foto! Después entra mi amiga Jéssica, rubia guapa donde las haya, por dentro y por fuera, y el fotógrafo aprovecha para sacar partido a su belleza mientras me coloca el otro pendiente. ¡Clic, clic! Y aquí me tenéis con mi juego de novia, mi "algo prestado".
Nos toca algo azul. Aparte de la liga que me dieron en Aire, mi madre y mis amigas me regalaron una cada una, así que pensé ponerme una en cada pierna. Ambas eran preciosas y llevaban la cinta del centro azul. Entra en la habitación mi amiga Ana, vestida de azul noche y con la frase "estás guapísima" repitiéndose en los labios una y otra vez; me siento en la cama, me levanto la falda y me sube la liga. ¡Clic, foto! Pero entonces nos damos cuenta de que las ligas no se van a mantener, que con las medias se me van a resbalar... ¡Qué mala suerte! Así que toca guardarlas. Por último entra mi amiga María, artífice de mi despedida junto a mi prima y una de las grandes culpables de que nuestra boda fuera un día para soñar, con un vestido rojo pasión que quitaba el hipo, luciendo escotazo y más guapa de lo que yo jamás la había visto, y simula que me pone la otra liga en la otra pierna. ¡Clic, última foto!
Unos segundos después, me quedo a solas con el fotógrafo, que me dice: "vamos a sacarle partido a esos ojazos, Ana". ¡Ay, este hombre ya me tiene en el bote! Fueron las únicas fotos posadas del día y nos las ventilamos en menos de dos minutos. Siempre había pensado que me daría una vergüenza tremenda hacer el reportaje fotográfico, al igual que el del vídeo, pero en absoluto, ¡todo lo contrario! Me encontraba en mi salsa y en más de una ocasión se lo dije al fotógrafo a lo largo de toda la mañana. Creo que lo tuvo fácil conmigo, nos entendimos muy bien. Después bajamos al salón.
En el salón, en un plis plas se mueven los muebles y los sofás para crear un espacio lo más diáfano posible que nos permita movernos a gusto. A mi madre ya la he visto y está preciosa, pero veo por primera vez a mi padre y a mi hermano, ¡y qué guapos están los dos! Mi padre va hecho un pincel, ¡qué bien le sienta su traje, negro con el chaleco y la corbata plateados! ¡Y qué alegría verle sonreír! El pobre ha tenido que recorrer un camino bastante tortuoso a lo largo de los últimos meses. Ha sido una situación difícil para todos, pero especialmente para él. ¡Mi hermano está completamente en su onda! Por fin me enseña la famosa corbata que se había comprado para la ocasión, y que después causó sensación entre la juventud: una clave de sol de fuego sobre un fondo negro. Me vais a decir que vaya tela con este chiquillo, que menuda ocurrencia, pero debo romper una lanza a su favor y haceros saber que es heavy de pura cepa, que lo suyo son las cadenas, las gabardinas y las melenas al viento, y que dentro de lo que suele ser su estilo, por otro lado difícil de adaptar a una boda, iba muy correcto. ¡Qué leches, correcto, estaba genial! ¡Porque tú lo vales, nene!
Con mis padres
Con mis padres y mi hermano
Se nota que lo adoro, ¿verdad? Ojalá no se me hubiera ido a vivir a 80 km de aquí...
Es mi padre quien me entrega el ramo, que descansaba encima de la mesa del salón junto al prendido que le llevaría poco después a mi novio. ¡Mi ramo!
Es un ramo de orquídeas blancas y bouvardia rosa. La primera impresión es regular, sobre todo porque lleva hecho desde el día anterior y algunos ramilletes de bouvardia no parecen muy frescos, pero al estudiarlo con más detenimiento me doy cuenta de que no importa, que es justo lo que quería: un ramo romántico, con hojitas verdes y flores delicadas, los tallos al aire y muy fácil de manejar. Y cuanto más lo miro, más me gusta. Eso sí, os tengo que confesar que conforme avanzaba el día, más ganas tenía de soltar el ramo. Por muy manejable que fuera, había momentos en los que necesitaba las dos manos libres y el ramo no me lo permitía. Es un complemento imprescindible y por supuesto hay que darle su importancia, porque aporta mucha frescura a la imagen de la novia y además ayuda a configurar su estilo (atrevido, señorial, divertido, romántico, o como sea), pero mentiría si dijera que es cómodo.
Aquí es cuando mi padre me entrega el ramo, momento que hubo que repetir hasta tres veces porque nos entraba la risa floja y el fotógrafo no conseguía captar una imagen que le gustara. Por suerte había bastantes personas haciendo el contrarreportaje con sus cámaras particulares, jajaja, especialmente mi prima y mis tíos, así que gracias a ellos puedo mostraros estos momentos.
Como no he podido ponerme las ligas como tenía pensado, mi madre me coge un lacito de color azul con un imperdible en el cancán. Si no es por ella, me habría ido de casa sin llevar puesto nada azul.
Ahora sí lo tengo todo: algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul. Ahora sí, la novia está lista... O casi.