Una vez sentados a la mesa, eché un rápido vistazo al salón para ubicar a la gente. Comprobé que habían colocado las piruletas y las tarjetas de agradecimiento sobre cada plato y que habían dejado algunas minutas en las mesas. Por suerte, me habían salido sólo dos o tres piruletas rotas, y una de ellas la tenía yo, ¡qué ojo! Lo siguiente era esperar que nuestros amigos empezaran a gritar "¡que se besen los novios!".
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Esperamos. Dos minutos, tres, cinco, y nadie abría la boca. Todo el mundo estaba concentrado en sus platos y conversando con sus vecinos de mesa. ¡Tanto ruido para tan pocas nueces! Mira que habían dicho y redicho que ni siquiera iban a dejar que nos sentáramos, que nos iban a dar la tabarra desde el principio al fin de la comida, ¡pues sí que empezaban flojos! Así que nos miramos, nos dio la risa, y comenzamos a picotear un poco.
El menú en general gustó mucho. Os vuelvo a colocar una foto de la minuta para que recordéis lo que elegimos:
Lo único que no tuvo mucho éxito fue el timbal de pulpo al horno con fideos crujientes, pues se deshacía al pincharlo y tenía un sabor picantito. Yo probé un poquito de casi todo, pero la verdad es que enseguida me llené y no tenía ganas de quedarme sentada, sino que lo que me apetecía era moverme por las mesas para hablar con la gente y empezar a sacar regalos. Entre el vestido apretadito y la emoción no me cabía casi nada en el estómago, y eso que yo soy de buen comer. Lo único que me arrepiento de no haber probado fue la tarta, de la que todo el mundo dijo que estaba especial. Era delgadita, de chocolate y bizcocho pero en láminas muy finas, y a la gente le gustó porque no estaba nada empachosa.
Cuando ya llevábamos un ratito comiendo, por fin empezamos a oír revuelo en las mesas y sonó el primer "¡que se besen los novios!" ¡Bueno, ya era hora! Habíamos acordado ir subiendo unos segundos cada vez que nos lo pidieran, así que comenzamos haciéndoles contar hasta 10. ¡Ya hubo quien se cansó a medio camino, jajaja! También fueron pidiendo que se besaran los padrinos, los padres del novio, los padres de la novia... Pero para ser sincera, esperaba mucho más alboroto. Tenían más poder de convocatoria los platos de jamón que nosotros. ¡Estaban tan picados comiendo que se les fue el santo al cielo, jajaja!
El maître fue el encargado de irnos indicando más o menos cuándo teníamos que sacar cada sorpresa para que no se nos acumulara el trabajo. He de decir que gracias a su ayuda todo salió a pedir de boca. Hacia el final de las tapas calientes, antes de servir el marisco, nos hizo una señal para que le acompañásemos a la entrada de la cocina, donde había un hall pequeñín al que daba también el cuarto del equipo de sonido y de luces. Desde allí veíamos el salón sin ser vistos a través de unos ojos de buey, jeje, y el maître nos entregó los regalos que teníamos preparados en primer lugar: un ramo de flores para cada madre, un reloj para mi suegro, un bono por valor de un fin de semana en un spa para mi padre (para compartir con mi madre, claro) y dos centros de mesa para mis abuelas. Le pedí que uno de ellos me lo reservara porque mi abuela paterna no estaba en el comedor. Nos pertrechamos con nuestras cositas y nos preparamos para salir. Recuerdo haber pensado qué poco fino quedaba que los novios estuvieran en la misma entrada de la cocina, cortándoles el paso a los camareros que entraban y salían con bandejas y enterándonos del jolgorio que tenían los cocineros por allí dentro, jejeje, pero por otro lado, también tenía su encanto que por un momento fuéramos nosotros quienes estábamos en el backstage.
El encargado del sonido atenuó las luces y empezó a reproducir la canción de Céline Dion "That's the way it is". ¡Qué bonito! ¡Con qué intensidad sonaba la música! Por unos instantes se sembró el desconcierto en el salón. Imagino que la gente sabía que habría sorpresas de ese tipo, pero a mis padres les pilló completamente desprevenidos porque ellos nunca antes habían asistido a una boda en nuestra ciudad y en los pueblos de donde ellos son estas cosas todavía no se hacen. Salimos mi chico y yo, él delante para no pisarme la cola (que se me olvidó recoger, jejeje, estuve barriendo el salón de aquí para allá hasta el momento del baile), y fuimos hacia la mesa presidencial.
Cuando mis padres se dieron cuenta de que la cosa iba con ellos, los dos tontorrones se me pusieron a llorar como magdalenas. Mi padre se emocionó especialmente cuando le entregué el bono y lo leyó, y me dio un abrazo que conmovió a la mitad de la familia. Para las que no lo sepáis, mi padre estaba más sensible de lo habitual en la boda por motivos de salud, así que todas estas cosas para él tenían un significado añadido. Supongo que por eso vivimos todo de una forma todavía más intensa. Yo estaba encantada de poder darles una pequeña alegría en medio de la tormenta; al fin y al cabo, el invierno fue duro para todos y es lo menos que se merecían después de haber puesto tanto de su parte a pesar de que las cosas no estaban del todo bien.
Miré de reojo a mi chico y sus padres. Mi suegra, una vez más, con las lagrimillas asomándole a los ojos (la mujer lloró también para esta vida y la otra), y mi suegro preguntando si tenía que ponerse el reloj en ese momento o no, ¡jajaja!
A continuación cogimos el centro de mesa y se lo acercamos a mi abuela materna, y allí es donde vi que mis tías y alguna prima también estaban llorando a moco tendido. Le di un beso, le hice una caricia a mi abuelo, y de vuelta a la mesa. La canción terminaba justo cuando nos sentábamos de nuevo. ¡Ni hecho a propósito!
Me dio tiempo a comerme dos gambas, el tiempo justo de que se volvieran a atenuar las luces y empezase a sonar una canción que detesto: "I know you want me" de Pitbull: http://www.youtube.com/watch?v=E2tMV96xU... Miré hacia la mesa donde estaban sentados nuestros amigos y la vi medio vacía: claro, ¡¿quién si no?! Ellos sabían que a mi chico le gustaba esa canción, pero no que yo no la soporto, jajaja. ¡En fin! Los vimos entrar por la puerta de la cocina en fila india, y los muy bichos venían cargados de cosas, ¡entre ellas todos los portafotos y la lámpara que nos habían robado el día anterior en casa! Lo primero que hicieron fue colocar todos los cachivaches a modo de exposición a lo largo de nuestra mesa, y luego fueron pasando por detrás, donde estábamos nosotros expectantes y muertos de risa, para darnos un beso y un abrazo.
Aquí estamos echándoles el puro. Podéis ver también nuestras cositas esparcidas por la mesa.
Nos entregaron un tarjetón enorme con el dibujo de unos novios dentro de un coche en el que habían formado todos. En ese momento sólo le dimos un repaso por encima, ¡pero vaaaaaya tela, qué comentarios! Cuando luego los leímos en casa nos hacíamos cruces; ¡eran por lo menos de 3 rombos, jajaja! Os enseño el tarjetón, que es muy mono, Os enseño el tarjetón, que es muy mono, pero las dedicatorias me las reservo, que no son aptas para publicar en un foro para todos los públicos, jajaja.
Además del tarjetón, también nos regalaron un juego de maletas que pesaban como los demonios. La verdad es que se portaron genial.
Después de que nuestros amigos se fueran de la mesa, como ya se nos había pasado el hambre y lo que nos apetecía realmente era hablar con la gente, les llevamos nuestro platazo de gambas para que se las ventilaran, porque a muchos de ellos les pirran, y el de mis padres lo llevamos a la mesa donde estaban los compañeros de trabajo de mi chico, cosa que agradecieron con vítores y piropos varios. La verdad es que la gente se dio un auténtico baño de marisco; los camareros pasaban una y otra vez con más bandejas y servían más a quien quisiera, y en algunas mesas había montañas de cáscaras que tapaban la cara de los comensales. Nosotros no somos muy de estas cosas, pero pedimos expresamente que no se escatimara con el marisco porque a la gente le suele gustar mucho, y la respuesta del salón fue bestial. ¡Con deciros que la familia del pueblo se fue diciendo que la boda había estado igual de bien o mejor que las del propio pueblo allí...! ¡Con lo apegados que son en los pueblos a sus costumbres y sus menús!
Empezamos dándonos un paseo por la parte del salón donde estaba la familia de mi chico y fuimos de mesa en mesa saludando a la gente y charlando un poco con ellos. Las tías de mi chico y las compañeras de trabajo de mi suegra me abrumaban con sus piropos, y venga a hacerse fotos conmigo, a tocarme el pelo, el vestido, las manos... ¡Me decían que parecía una muñequita! ¡Jajaja! Éstas también se lo pasaron pipa; además vinieron sin maridos para poder desfasar aún más, conque imaginaos el percal. En esto estaba yo, hablando con las mujercicas, cuando de repente veo a mi marido salir volando hacia el techo: ¡sus compañeros lo estaban manteando! ¡Y otra vez! ¡Yotra! Mi suegra, que estaba cerca de mí, se echaba las manos a la cabeza. Lo mantearon hasta en tres o cuatro ocasiones, y en una de ellas casi toca el techo con la cabeza. ¡Qué brutos, jajaja!
Después estuve en la mesa con mis compañeros de trabajo y una amiga de la universidad, que todo hay que decirlo, son mucho más civilizados que los colegas de mi chico. A mis compañeros los he conocido este curso, pero hemos conectado de una forma muy especial, y además al ser tan poquitos en el centro (sólo seis), nos encontramos como en familia. Agradecí mucho que quisieran acompañarnos en este día tan señalado. Cuatro de mis cinco amigos de la universidad fallaron, aunque la mayoría tienen excusa porque están literalmente desperdigados por el mundo, desde EEUU a Alemania. Sólo vino una amiga con su marido; nosotras somos las "cobardes" que nos hemos quedado guardando el país, jejeje. Me alegré mucho de verla porque tuvo un bebé en noviembre y ni siquiera habíamos quedado para que me presentara el peque. Fue una pena no poder hablar con ella todo lo que quería, pero es que es una de las poquísimas cosas malas que tienen las bodas, que no puedes dedicarle mucho tiempo a nadie.
Se acercó un camarero a preguntarnos qué queríamos tomar de plato principal, que iban a empezar a servirlo. Mi chico pidió cordero; yo le dije que no quería nada, porque sabía que no me lo iba a comer. Al momento llegó el maître y nos susurró que teníamos preparados los siguientes regalos. Volvimos a la cocina; ¡otro momento especial a la vista!