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Recuerdo aquel verano como si fuera el último.
Mis padres habían decidido que su intrépida hija sería muy feliz descubriendo nuevos horizontes, forjando nuevas amistades.
Santander parecía el destino perfecto para subirme a un autobús cargadito de niños que como yo, soñaban con aquel primer campamento como el que va a Eurodisney.
Era de noche. Supongo que entre el madrugón pertinente y que desde pequeña he tenido el súper poder de quedarme dormida encima de las alcantarillas, el viaje que duró siglos, se pasó en un suspiro.
Mi compañera de al lado, fue la primera "pija" que apareció en mi vida, sin yo saberlo. Llevaba una mini maletita rosa como equipaje de mano. En ella, toda sus pertenencias: chuches, dinero, diademas, joyas de plástico... Lo que cualquier "dama de la capital" puede necesitar más allá de las fronteras de su palacio. En la cara, unas gafas que bajaban por los mofletes y un cierto aire de superioridad que a mí me provocaba una tremenda ternura. Sabía que ella sería la "pardilla" del club por lo que ya no tenía que preocuprame de ocupar yo su puesto.
Llegamos al albergue.
Con las piernecillas entumecidas bajamos uno a uno del autobús. Bastaron 5 segundos para que un perro que parecía estar a la espera arrancara con sus fauces la maleta de tesoros de mi pequeña partner.
La miré, me miró. Las gafas parecían aún más grandes. Toda su vida corría montaña arriba llena de babas perrunas sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo.
Sin acreditación alguna, para su desdicha, a ver quién demostraba su alto linaje.
Sin acreditación alguna, para la mía, a ver quién demostraba ahora que era más toli que yo.
Pequeña pija lloró hasta decir basta. Secó sus mocos con la manga y atusándose una melena que se habría transformado en maraña, decidió que aquel sería el primer día de su nueva vida. Para mi desdicha, again.
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Equipo reunido para conocer a los monitores.
Con 10 años, la palabra "monitor" es como "Bradley Cooper" a los 30.
Pero no.
Más tiesas que un palo esforzándonos por parecer más altas, más listas y más guapas, descubrimos con sorpresa que nuestro mentor durante los próximos 15 días se llama: MARCIANO. Creo que con eso os lo digo todo.
Aún así lo recuerdo como una auténtica pelea de gatas. "Marciano qué majo eres. Marciano tengo una pupa. Marciano quiero ser tu prefe". Esas pequeñas cosas que la vida se esfuerza por adelantarte cuando tú aún no sabes ni lo que son las hormonas.
Obviamente, ya sabéis quién NUNCA fue su prefe, JAMÁS. Pequeña Bolena veía en "Marciano" un mozo encantado de conocerse, sabedor de que si la recua de crías superase la mayoría de edad, ni en sus mejores sueños recibiría una frase de atención más allá de: "Marciano, vete a por tabaco". Y es que Marciano era la rana Gustavo en versión summer camp. No-way-José.
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Las literas.Dormir en literas es algo que puede parecer apasionante salvo cuando vienes de una familia numerosa en la que hasta las cunas, venían con escalera.
Sin embargo, para mis féminas compañeras de habitación, nada más y nada menos que 40, la elección de la cama adecuada podía significar claramente un estigma en tu curriculum campamentil MORTAL.
Hostias como panes para quedarse con las de arriba. ¿Pero qué carajo les pasaba a las de abajo para sufrir semejante discriminación?
No tardé mucho en saberlo.
Aquellos somieres del demonio habían venido directamente del Museo de la Postguerra para enganchar nuestros cuatro pelos de la cabeza en sus hierros oxidados y punzantes a las pobres inconscientes que veníamos de nuevas y OBVIAMENTE no sabíamos el handicap de dormir abajo. Cogí tal fobia a rebanar mi cabellera que pasé los 14 días restantes encogida como un erizo ¡me volví liliputiense!
Sólo me consolaba pensar que las 20 listillas que ya se sabían el truco, habían pasado muchos veranos entre aquellas cuatro paredes mientras yo disfrutaba de mi libertad en el pueblito bueno. ¡Ay mi pueblito bueno!
Podía ser peor. Y lo fue.
Nada como ser "súper amiguis" para decidir que no sólo era suficiente coger camas contiguas, sino que encima había que JUNTARLAS. Y tú con tu cara de seta porque mientras ELLAS se juntaban, obligatoriamente a ti te pegaban contra otra toli como tú a la que le correspondía litera de abajo.
Aún siento su aliento en la nuca. Al menos eso me relajaba para conciliar el sueño y no pensar en su TREMENDO-OLOR-DE PIES-EVER. Eso eran "chetos" y no los pelotazos de bolsa!
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Norit, el borreguito.
Cómo te gustan las cosas de mayores cuando son tan inaccesibles.
El pequeño bote de jabón para lavar a mano que me había preparado mi madre olía a gloria bendita. Estaba deseando quitarme unas bragas para lavarlas primorosamente con aquel detergente de olor cautivador. Y así lo hice.
Me sentía como una auténtica single triunfadora de la vida que ya podía valerse por sí sola cuando... "¿y ahora dónde las cuelgo para que sequen?" (icono de gota en la frente).
Sólo se me ocurría engancharlas en los hierros del somier de arriba pero había tantos pelos colgando de otras pobres ineptas que habían dejado allí su legado, verano tras verano, que decidí meterlas en la maleta. Mojadas. AJÁ.
El olor a humedad mató a Norit el borreguito. Al cabo de tres días era algo así como Norberto, el carnero macho.
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Llegaron las de la limpieza.
Y tú te piensas que son como tu madre: te van a ayudar a que te sientas cómoda, decirte dónde colgar tu ropa interior mojada, hacerte la cama de vicio para que no notes ni las pelotillas de las mantas... ¡otro nivel Mari!
Pero no.
Casiopea y su equipo se limitaron a barrer los 100 m2 de nuestra habitación, todas en la misma dirección, fijando un punto concreto, justo en el medio. Y entonces crearon la primera pirámide de BRAGAS mundialmente conocida que entró en el Libro Guinnes de los récords. Os juro que si no había 200, no había ninguna.
Que mis compañeras eras guarras, ya me lo venía yo oliendo... ¿pero tanto?
Es más, una a una se acercaron a la montaña como si de la sección de "objetos perdidos" se tratara a recoger sus pertenencias. Distingue tú una braga blanca entre un millón. ¿Cómo
Ni con un palo.
Creo que me desmayé.
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El salvaslip.Ahora que lo pienso, estaba yo como para perder bragas.
Tenía 12 contadas de las cuales 5 estaban sin estrenar. Ajuar de campamento, ya tu sabeh.
Como las cuentas no salían y a la Reina Madre le debió parecer mucho dispendio que la niña fuera con 15 bragas como Dios manda, me enredó con sus malas artes y un "objeto de deseo" muy superior al borrego de Norit: el salvaslip.
Aquello sí era un premio a mi trayectoria profesional.
Sabía que cuando fuera mayor formarían parte junto con las compresas y tampones, de esa rutina de ADOLESCENTE de las revistas que tanto soñaba. Tener 3 salvaslips en mi poder era un galón en la pechera. Ya era casi una teenager y era imposible esperar al día 13 para sentirme tan poderosa. Pídele peras al olmo...
Las instrucciones habían sido muy precisas:
- "Sólo tienes que quitar la tira de plástico y pegarlo. Ya está, así de simple".
Obviamente no me hizo una demostración en vivo. Si no estábamos para malgastar en bragas, ¡como para hacerlo en salvaslips!
Aguanté hasta el tercer día para esconderme en el baño y disfrutar del placer de sentirme TAN MAYOR.
Quité el plástico. Y me lo pegué.
Parecía que no podía existir error de cálculo posible salvo que a mi querida madre se le había olvidado el PEQUEÑÍSIMO DETALLE de decirme que se pegaba en la braguita y no en las partes nobles directamente. Con premeditación. Y alevosía.
Recuerdo hacer hincapié para que quedara bien pegadito. No quería que se moviera ni un centímetro que delatara que era toda una novata. Me faltó hacer vaho sobre el adhesivo para que el pegamento se adhiriese con la fuerza de los mares. YO.
Estaba lista para entrar al salón de actos donde recibiríamos una larga charla sobre compañerismo, amistad, y blablabla todo ese tipo de cosas que a mí, como MUJER recién estrenada me quedaban pequeñas.
Me puse de pie y noté un crujido estremecedor en la entrepierna. Un dolor indescriptible. Los 4 pelos incipientes que debía tener yo por aquella época se debatían entre la vida y la muerte arrancados sin piedad por aquel invento del demonio. Un reguero de sudor frío bajó por mi espalda hasta la rabadilla.
¡OH MY GOD qué coño es esto!?? (seguro que no lo pensé con la palabra "coño", posiblemente sería "chichi", presumiblemente sería MÁMA-QUÉ-DIABLO-ME-HAS-HECHO!!!??).
Intenté despegarlo. Decidí que aunque tuviera que morir con aquello pegado prefería comerme uno a uno los pelos del somier de arriba que seguir tirando. Decidí llegar al salón de actos gateando. Yo, la CLEOPATRA de aquel summer camp del infierno.
Ni cenar pude. No por falta de apetito sino porque cuando quise llegar a cuatro patas, allí no quedaban ni las migas de Marciano.
No recuerdo el momento en que aquello se despegó de una vez por todas. No apostaría una mano a que hubiera acabado en la enfermería suplicando una epidural antes del tirón final...
Desde aquel día, el único recuerdo que tengo es el de llegar puntualmente a mi hora asignada al despacho donde los padres llamaban a sus hijos. Un día tras otro, en cuanto el director me veía llegar, sacaba un rollo de papel higiénico porque no era capaz de articular palabra sin que el drama-de-mi-vida brotara de mis ojos en forma de llanto desconsolado.
Los dos sabíamos que aquello, no era para mí. Antes muerta que scout.
Han pasado muchos años pero aún sufro las consecuencias de aquel fatídico verano. Desde entonces el cajón de mi ropa interior sufre una especie de síndrome de diógenes. Acumulo y acumulo sin discriminar nada por color, talla o nacionalidad.
Y es que si algo tengo claro, es que no hay mejor lección, en la vida de una pequeña mujer prematura, que la que yo me grabé a fuego y sueño incluso con tatuarme:
Hagas lo que hagas, ponte bragas.
*(dedicado a mi hermana pequeña que sigue llorando de la risa una vez más cuando escucha esta historia. Maldita perrina seas :)