¿Por qué no me gusta la Navidad? ¿Por qué sin embargo me encanta abrir el buzón y encontrarlo lleno de postales? ¿Por qué adoro tirar serpentinas y confettis el 5 de Enero como si tuviera cinco años? Soy una contradicción en mi misma lo sé pero en realidad es sencillo. A mi sí me gusta la Navidad, lo que no me gusta es “esta” Navidad.
Me gusta, me requeteencanta la Navidad con las puertas de la calle abiertas, entrando y saliendo de nuestra casa y de las de los vecinos, me gustan esas noches de la familia reunida viendo las galas musicales de la 1. Me sacan una sonrisa enorme esas discusiones familiares acerca de si los Bom Bom Chip son mejor que los Rolling Stone (ya os digo que yo era la que defendía a los BomBomChip!), esbozo carcajadas cuando recuerdo a aquel vecino cantando por las escaleras aquello de “Sabrina por favor, enseñános las dos” o cuando recuerdo a mi abuelo echándose a dormir antes de las campanadas y “amenazando” con que nadie le despertara.
Sonrío con nostalgia cuando recuerdo aquel año que me dormí antes de las 12 de la noche y no me despertaron. Y cómo luego desperté yo. Y cómo me dijeron que aún no eran las doce, que la tele se había estropeado y atrasaron todos los relojes y se volvieron a comer las uvas conmigo al ritmo del reloj de péndulo, porque me había despertado justo a las 12 según ellos. Casualidades. Recuerdo cómo mi padre se tiraba quince días preguntándome si me gustaba aquella muñeca que salía en la tele seguido de su “es que igual te la traen los Reyes,eh?”. Sigo (en esto no he cambiado) durmiendo fatal la noche de Reyes y despertando a toda la familia más temprano de lo habitual porque hay que abrir los regalos, aunque se sepa lo que hay dentro…
Me gustaría volver a atrás y recordar esas tardes de 31 de Diciembre comprando y tirando petardos por toda la calle hasta las 8, esa hora en la que se hacía el silencio y todos nos seguíamos viendo a través de los cristales. Abrir la mesa, sentarse a cenar, beber Coca-Cola en botella de dos libros era todo un acontecimiento para nosotros. Ver la pota de la sopa en la ventana enfriando junto a las botellas de casera y vino. No colocar decoración alguna en la mesa más que aquel mantel navideño porque no entraba ni un cubierto más.
Quemar un calendario y tirarlo por la ventana, pedir que te compraran unas bragas rojas, quitarle a alguien el anillo para meterlo en tu copa y mojar los labios.
Las Nochebuenas con Rafael, los 25 de Diciembre comiendo todo aquello que había sobrado. Las peleas por las últimas peladillas o por el último trozo de turrón.
Poner el árbol, hacer un río más grande que el Nilo con papel de plata, desdoblar año tras año aquel póster de la noche en el desierto que era el mejor fondo para el Belén. Pedir el aguinaldo con una caja de zapatos bajo el brazo para meter la recolección o incluso desafiar al mundo y perder el sentido del ridículo apuntándote con un montón de compañeros del colegio al concurso de coros escolares de aquel año.
Pasar de Papa Noel, creer en los Reyes Magos aunque lleguen en barco al colegio con la vela izada y llevándose por delante los cables de la luz provocando un apagón en todo el barrio.
Tener tu adorno del árbol favorito, pasarte las tardes de Diciembre cuando tenías 4-5 años envolviendo cajitas de medias o de joyas vacías con restos de papel de regalo y pegatinas que habías guardado durante todo el año para hacer paquetitos de adorno. Abrir una caja 25 años después y que estén allí… Tu adorno preferido del árbol de tu abuela y tus paquetitos de regalo.
Y que, aunque ahora tu adorno favorito del árbol no te parezca bonito de verdad, te traiga a la mente todos esos recuerdos. Y es que como os decía al principio, a mi sí me gusta la Navidad pero lo que no me gusta es esta Navidad de ausencias, de sillas vacías, de huecos en la mesa. De saber que acabarás llorando alguno de los días a alguna hora, de querer (en ocasiones) teletransportarte al 7 de Enero. No me gusta escuchar a la gente decir que cuando tenga hijos todo cambiará. Por supuesto, haré todo lo posible para que, si llega el momento de tener enanos en esta casa, tengan unas Navidades tan felices como las he tenido yo pero seguirá habiendo sillas vacías, porque por mucha gente que se siente en ellas, siempre faltarán esos que importan y que se fueron antes de tiempo. No me gusta esta Navidad porque siento que son Navidades que deberían ser compartidas por alguna de las ausencias pero continuo “celebrándolas” porque necesito hacerlo. Aunque sea a regañadientes. Y de repente, llega un año en que decides que vuelves a poner el árbol de Navidad y la gente te pregunta si es que estás embarazada. ¡No! Y de repente, a tu buzón llega el mismo día que has abierto esa caja de recuerdos una postal de LalaBlu y mientras sonríes al leerla piensas, de nuevo, que quizás esto de la Navidad, con matices, no está tan mal.