Después de tantas emociones contenidas en tan pocos minutos, la concejala nos pide que mi chico y yo nos pongamos en pie. Va a proceder a la lectura de los artículos del Código Civil.
La chica va leyendo. Todo está en orden, barre un poquito para casa, que si el Ayuntamiento por aquí y por allá, que si derechos y obligaciones... En esto, nuestra boda no fue diferente a las demás bodas civiles; está claro que el contenido del Código Civil y los artículos referentes al matrimonio, así como su redacción, son mucho más fríos que cualquier oración de una ceremonia religiosa, pero bueno, fue nuestra decisión y sabíamos lo que había. Sin embargo, al amparo de la naturaleza parece que las cosas tan sobrias no sientan igual que en un salón cerrado, y eso la gente lo apreció. Nos sorprendió gratamente que incluso personas que pensábamos que nos criticarían por nuestra elección quedasen encantadas y se llevaran a su casa la imagen de una ceremonia tan bonita. Además, el hecho de tenernos de cara en lugar de espaldas, como suele ser típico, les encantó. Disfrutaron como enanos viendo nuestras reacciones. Mi chico pasó más vergüenza, pero a mí me gustó la idea desde el principio porque me parecía una forma de hacer a la gente más partícipe de todo.
En un momento dado, la concejala le cambia los apellidos a mi chico... ¡Y le pone los de su padre! Me quedo de piedra. Miro a mi novio con los ojos como platos y me devuelve el gesto: ¿¡la matamos!? Nota mental: NO firmes el acta sin comprobar los apellidos, ¡que te casas con tu suegro en vez de con él! Dicen que la cara es el espejo del alma, y mi cara debe ser un espejo transparentísimo porque después, al comentar con la gente esta incidencia, unos cuantos me dijeron que les sorprendió que en un segundo pasara de estar tan sonriente a mirar a mi chico de aquella manera asesina, jajaja. Hasta hay imágenes de ese momento.
Seguimos de pie y, cuando termina con la lectura del Código Civil, de lejos, empieza a sonar "Con te partirò" de Andrea Bocelli. La concejala le pregunta a mi chico: "¿Consientes contraer matrimonio, y efectivamente lo contraes en este acto...?"
¡Vaya! ¡Qué desilusión! Habíamos visto el guión estándar de ceremonias civiles que usa nuestro Ayuntamiento y sabíamos que empezaba con "¿consientes..?" en lugar de "¿quieres...?", cosa que no nos gustaba a ninguno de los dos. Sin embargo, teníamos la esperanza de que ella lo cambiase y utilizara "¿quieres..?" para poder responder "sí, quiero", pero claro, así ya resultaba imposible. Mi chico estaba avisado de que yo no diría "sí, consiento", ¡y un jamón! ¿Consiento qué? ¡Ni que estuviéramos resignándonos!
"Sí, consiento", le oigo decir. ¡Traidor! Pero me tengo que sonreír, ¡si es que es cumplido hasta la médula! Bueeeeno... Pues yo no voy a decir el "consiento", lo tengo claro. Si el acto así no es válido, ya me llamarán la atención, pero de entrada no quiero sellar mi matrimonio con esa palabra tan fea, prefiero un simple "sí" lanzado con todo mi corazón. Cuando me pregunta a mí, respondo sencillamente "sí", sonrío, lo miro a él, a la gente, asiento con la cabeza... Y la concejala no dice nada. ¡Ya está, ya está hecho! Alguien me acusaría después de haber hecho trampas, jajaja. Que conste que no soy una persona rebelde, pero es que lo del "consiento" me podía, aunque fuera algo simbólico.
Ahora llega el intercambio de las alianzas. Mi padre se levanta, saca la cajita con los anillos... Y con los nervios es incapaz de atinar y cogerlos para dárnoslos, jajaja. Soy yo la que tiene que sacarlos mientras él sujeta la cajita. Le doy a mi chico la mía y yo me quedo la suya. Mi padre se queda de pie a nuestro lado, en primerísima fila, y mi madre tiene que tirarle de la chaqueta discretamente: "siéntate". ¡Jajaja!
Es la propia concejala la que nos dicta los votos. Son sencillos, pero bonitos; os los pongo aquí:
"_______, yo te entrego esta alianza como signo de mi amor y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, para amarte y honrarte todos los días de mi vida".
Al llegar a "la prosperidad y la adversidad", mi chico se equivoca, cambia las palabras de sitio, se repite... La gente se ríe, ¡qué guapo está, y qué nervioso! Me derrito al verle, qué carita... Os tengo que decir que parece fácil recordar trocitos de frases y repetirlos al instante, pero yo estuve a punto de meter la pata también justo en el mismo punto. Mi chico, mientras habla, nos mira alternativamente a la concejala y a mí, y me pone la alianza al acabar de decir los votos.
Ahora es mi turno. También tengo un recuerdo muy nítido de este momento. Su mano está entre las mías y, conforme voy repitiendo las palabras de la concejala, lentamente voy introduciendo la alianza. Toco todos sus dedos, la palma de su mano, el dorso, hasta la muñeca... Es la mano que me ha cuidado, que me ha secado las lágrimas, que me ha acariciado con ternura desde que tengo memoria. Para mí es la mano más suave y más cálida del mundo.
Cuando termino de hablar y de colocarle la alianza, nos quedamos en pie cogidos de la mano. Un amigo nuestro dijo después que, en ese momento, el pensamiento que le cruzó la mete fue "ahora no hay quien los suelte". La concejala concluye su intervención ("por el poder que ha sido otorgado...") y la remata sonriente diciendo: "podéis besaros". Entonces sube el volumen de la música, Andrea Bocelli en estado puro, nos fundimos en un beso, y estallan los aplausos... ¡Pedazo beso, chicas! No hay un beso más íntimo que el de un marido y una mujer en plena calle, delante de tanta gente, el día de su boda... ¡Me daréis la razón cuando os toque a vosotras!
Siempre había pensado que sería uno de los momentos en los que más vergüenza pasaría, ¡pero en absoluto! No sé qué tiene el día de tu boda, pero nada te produce vergüenza, o al menos ésa es mi experiencia. Es cierto que te conviertes en el punto de mira de todo el mundo y que por unas horas todo gira en torno a ti, pero yo me dejé llevar por las sensaciones positivas, por toda la alegría que me transmitía la gente de poder estar allí compartiendo ese día con nosotros. Creí a ciegas en su sinceridad y en sus buenos deseos, y sospecho que ése es el truco para un día tan feliz. Ni se me pasó por la cabeza la idea de que alguien fuera a encontrar incorrecto alguno de nuestros gestos, y por eso a lo largo del día nos dimos un buen atracón de romanticismo, sonreímos a diestro y siniestro, nos hicimos mil caricias y vivimos todo con toda la intensidad que nos salió de dentro.