Entramos con el coche lentamente en los jardines del restaurante y lo primero que nos sorprendió fueron otros 20 metros de traca. ¡Cuánto ruido! Lo segundo era toda nuestra gente disfrutando de nada más y nada menos que el cóctel ¡en la carpa del jardín! Mi chico y yo nos miramos complacidos: cuatro días antes la propietaria del salón no pudo asegurarnos que las obras fueran a estar terminadas para el sábado, por lo que lo más probable es que hubiera que celebrar el cóctel en el interior, como hasta entonces se había hecho, en una antesala donde también se celebran las barras libres. Tampoco nos importaba porque era lo que conocíamos y nos gustaba, pero mentiría si dijera que no nos hizo muchísima ilusión ver a la gente tomando el aperitivo en la calle, al solecito. Nos pareció un detallazo, sobre todo porque el martes anterior estaba todo aún patas arriba. No nos lo esperábamos para nada.
Nos bajamos del coche y acudieron los camareros como llovidos del cielo: que si un canapé, que si un saladito, que si una copa... Cuando vas de invitado a una boda tienes que pelearte por una aceituna, y allí estábamos nosotros, apenas bajados del coche y recompuestos, sacudiéndonos todavía el arroz que se negaba a abandonarnos, rodeados de bandejitas. Se acercaron algunos amigos y familiares a hablar con nosotros y mi madre me recolocó el velo. Tenía hambre, se lo había comentado a mi chico hacia el final del reportaje de fotos, pero no sabía cuánta hasta que probé un par de bocados, y el Martini que me trajeron me lo bebí casi de un trago, jajaja.
Como de estos momentos no tengo fotos, os cuento las anécdotas más sonadas relacionadas con el cóctel (nosotros nos enteramos después).
La gente empezó a llegar tempranito, hacia la una y media, pero los camareros no sacaron las primeras bandejas hasta casi las dos. Por un lado fue un acto de deferencia con las personas que llegaron más justas de tiempo, pero por otro, quizás no debieron dar lugar a que la gente hiciera tanto apetito, porque en cuanto salió la primera tanda de camareros por la puerta del salón, los jóvenes se les echaron encima como una manada de lobos y no les dio tiempo a llegar ni a la carpa. ¡Tuvieron que sacar varias bandejas hasta que los que estaban en primera fila se saciaron! Incluso mis primos pequeños, viendo el panorama, se apostaron al lado de la puerta y cada vez que aparecía un camarero, se acercaban corriendo a pillar pinchos de tortilla.
Ése era un frente, pero es que los compañeros de mi chico abrieron otro adueñándose de la barra que había bajo la carpa. En cuanto llegó el barman, se colocaron alrededor de toda la barra y no dejaron hueco para casi nadie más. ¡Ahí es donde empezaron a ponerse las botas! El barman no daba abasto; nos han contado que incluso hubo un momento en que se enfadó porque la gente no tenía paciencia ninguna. ¡Un poquito de por favor, señores, que nos van a vetar la entrada al salón la próxima vez! Si estoy yo allí, me muero de la vergüenza. Fijaos cómo estaba de inmerso en su trabajo el pobre hombre, que mis tíos del pueblo decidieron tomarse la ley por su mano y se hicieron con un barril de cerveza. Os cuento estas cosillas para que os riáis un poco y para que os hagáis una idea de lo que desfasaron, pero la verdad es que esta gente da miedo de lo espontánea que es, jajaja.
Mi abuela paterna llegó a tomar algo en el cóctel, pero estando allí se empezó a fatigar otra vez, así que mi hermano y mi prima se la llevaron a casa. Yo ya no la vi hasta la tarde; me dio mucha pena, porque llevaba meses esperando la boda con una ilusión muy grande, pero cuando las cosas se tuercen... A día de hoy tengo que decir que está muy recuperada y que incluso ha vuelto a su casa (esa temporada la pasó con mis tíos), donde ella se encuentra en su salsa porque sale y entra cuando quiere y hace mucha vida con las vecinas.
La anécdota reina de la mañana fue que mi prima de 2 años se quedó encerrada dentro del coche. Mi tío se dejó sin querer las llaves en la bandeja del maletero, cerró, y se activó el cierre de seguridad. Nos han contado que había media boda alrededor del coche haciéndole gracias a la chiquilla para que saliera de la silleta y le apretara al botón que desactivaba el seguro. Por lo visto la nena tocaba todo menos donde le decían, jejeje, así que avisaron a la policía local (la jefatura se encuentra justo enfrente del restaurante) y un montón de policías se sumaron al lío. ¡Finalmente tuvieron que romper una de las ventanillas porque no había manera de que mi prima diera con el botón correcto! La chiquilla estaba como si nada, menos mal que no se asustó; debió pensar que qué divertido era ir de boda, tanta gente grande haciendo aspavientos alrededor del coche y diciéndole cosas... Al día siguiente le preguntaba todo el rato a su madre en su media lengua: "¿boda otra vez? ¿Boda otra vez?" ¡Jajajaja!
Fueron dando paso a la gente al salón y nosotros y nuestros padres seguimos al maître por una entrada diferente. Allí la fotógrafa del salón nos hizo la foto "de regalo". Aquí es costumbre que un fotógrafo freelance (que no tiene nada que ver con nosotros) "se cuele" en los salones a fotografiar a los invitados mientras comen. Revela las fotos y, a quien se la compre por el módico precio de 6-7 €, les regala una de los novios. La foto en cuestión se repitió varias veces, así que supuestamente teníamos que salir bien guapos, pero qué va, quedó muy oscura y encima a mí me salía una papada de lo más extraño. ¡Buena imagen se llevarían los que compraron la dichosa foto, pero en fin...!
Cuando la chica acabó, el maître nos explicó cómo íbamos a entrar. Era un momento que me hacía especial ilusión porque lo había visto en otras bodas y más de una vez se me saltaron las lágrimas de la emoción.
Desde donde estábamos nosotros, que era la parte trasera, accedimos por una escalera que venía a dar a una especie de descansillo con cortinas. Yo fui la primera en subir, y los demás detrás. Empezó a sonar "I don't wanna miss a thing", de Aerosmith, otra canción que desde que tengo memoria sabía que quería que acompañase algún momento de mi boda, y se me pusieron los pelillos de punta... Podía oír a la gente empezar a hablar, y casi me los imaginaba mirando hacia arriba. "I could stay awake just to hear you breathing..." En ese momento, uno de los camareros corrió las cortinas y avanzamos hasta el balcón interior desde el que se veía todo el salón. ¡Ooooh! ¡Qué vista tan bonita! La gente se fue poniendo en pie, copa en mano. Perdonad que las fotos de estos momentos estén borrosas, pero el salón se quedó en penumbra y las tomaron desde abajo con zoom.
Primero entramos nosotros y saludamos, después nuestros padres. Era increíble; la gente abajo lanzaba vítores, aplaudía, y hasta se veía algún pañuelo... Fue muy emocionante ver a toda nuestra gente así, casi todos nuestros seres queridos allí reunidos, compartiendo con nosotros la alegría de ese momento. Ni me fijé en la decoración de la barandilla que tantos quebraderos de cabeza nos había dado: que si lirios, que si gerberas, que si tul sí, que si tul no... Todos esos detalles no se aprecian en el momento de la verdad porque lo que realmente importa en una boda son las personas. "...watch your smile while you're sleeping, while you're far away dreaming..." A continuación un camarero subió la escalera con una botella de champagne y seis copas y nos sirvió. El maître se colocó detrás de nosotros y nos fue indicando: primero brindamos los seis, después mi chico y yo avanzamos un poquito hacia el mirador y brindamos solos con los brazos entrelazados, y por último se acercaron también nuestros padres y volvimos a brindar con todos los invitados desde arriba. ¡Quedó precioso! Estoy deseando verlo en el vídeo. Con razón cuando estás abajo se ve todo tan sincronizado: tienes al artista del maître detrás dándote todas las pistas para que, a pesar de no haber ensayado, salga todo perfecto.
"I don't wanna miss one smile, I don't wanna miss one kiss..." El balconcito tiene una escalera a cada lado que baja hasta el salón, y cuando terminamos los brindis, yo bajé por la izquierda seguida de mis padres y mi chico y mi suegra (que se le enganchó una vez más del brazo) por la derecha seguidos de mi suegro. Yo sentía como si llevara alas en los pies, sentía que flotaba; de hecho llegué antes abajo que mi chico y mi suegra. Nos reunimos en el centro, volvimos a saludar, y con el último empujón de la canción ("...for the rest of time, yeah, yeah, yeah..."), nos cogimos de la mano y atravesamos el pasillo central hasta la mesa presidencial entre aplausos, gritos, fotos y mil y un gestos de complicidad. Vivirlo desde dentro fue aún más espectacular.