El lugar donde nos casamos es una antigua finca en la que hay una casita de color burdeos rodeada de jardines y un anfiteatro en la parte delantera. De ahí su nombre, "Casa Colorá". Tanto la casa como los aledaños están en plena rehabilitación, y a principios de la primavera nunca hay demasiada vegetación ni flores, pero lo cierto es que a la gente le gustó mucho más de lo que cabía imaginar. Ni siquiera yo tenía un recuerdo tan bonito desde la última boda en la que estuve allí. En su día perteneció a un particular, pero ahora es del Ayuntamiento y la ofrecen a los ciudadanos como sede para ceremonias de boda, pequeñas reuniones y demás. También hay una escuela taller en el interior.
La música cambia y comienza a sonar el Canon en D mayor de Pachebel, de la banda sonora de "El padre de la novia". Desde que vi la película, supe que esa canción formaría parte del repertorio de mi boda; se me pone la piel de gallina siempre que la escucho. Nos indican cómo colocarnos para ir saliendo sobre los 16 metros de alfombra roja que han colocado y que van desde el claro que hay delante de la casa hasta el anfiteatro: primero mi madre y mi suegro, después mi chico y mi suegra, y finalmente mi padre y yo. No sé si nos saltamos el protocolo o no colocándonos las mujeres a la izquierda de los hombres, pero tampoco importa.
Nos vamos a cercando al anfiteatro y me susurra mi padre: "despacio, despacio". Sin darme cuenta voy acelerando el paso. Y yo le aprieto el brazo: "no estés nervioso". Se me ríe por lo bajo. ¡Para no estarlo...! Mi sensación era de total serenidad, como si hiciera aquel recorrido cada día y fuera lo más normal del mundo ir vestida de blanco, cogida del brazo de mi padre por unos jardines hacia el hombre de mi vida. ¡Él sí que estaba hecho un flan, pobrecito mío! De eso también se dio cuenta la gente: a él se lo comían los nervios, y yo en cambio, nada de nada. Recuerdo muy bien que tenía unas ganas enormes de sonreír y reír, de comerme el mundo, de disfrutar de cada segundo. De hecho, fue entrar en el anfiteatro y, tras colocarnos en nuestros sitios, lo único que me salía era mirar a un lado y a otro, quedarme con las caras, guiñar los ojos a unos y otros, ver a toda nuestra gente acompañándonos en ese momento tan especial.
Tengo que decir que TODOS se equivocaron al colocarse. Se supone que según el protocolo yo tenía que quedarme a la derecha de mi chico, pero al ponerse mi madre y mi suegro mal desde el principio, tuvimos que sentarnos todos al revés. Además, si os fijáis, la mesa de la concejala está puesta adrede, para que yo pudiera pasar por la derecha, que era mi lado originalmente. Es lo de menos, ojalá todos los pequeños fallos de las bodas sean así, pero anda que no les expliqué veces cómo había que entrar y cuál era el asiento de cada uno... ¡Es lo que tiene encargarse una sola de ciertas cosas y que los demás estén más nerviosos que tú, jajaja!
Nos sentamos y la concejala saluda.
Hasta el lunes anterior a la boda no sabíamos quién iba a oficiar la ceremonia. No teníamos preferencia por ningún concejal, pero temíamos que nos mandasen a alguno que se pasara de campechano (las malas lenguas dicen que una vez uno se presentó en vaqueros) o que fuera demasiado estirado. La chica era jovencita, amable, y estuvo en todo momento muy correcta. A nivel personal aportó muy poquito a la ceremonia, simplemente el saludo del final, pero vocalizó bien y supo darle solemnidad a sus palabras sin resultar demasiado seca. Nosotros quedamos satisfechos, ¡y hasta a mi abuelo le pareció bien, con las veces que le he oído decir que casarse por lo civil no es casarse!
Después del saludo, convoca a leer a nuestros amigos. Creo que los coge un poco desprevenidos, porque la reacción que tienen ambos es ponerse tiesos como varas y acercarse temblando al atril. Ésta es la lectura que eligieron:
EL ÁRBOL DE LOS AMIGOS (de Jorge Luis Borges)
"Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.
Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos muestra lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros. Pasamos a conocer a toda la familia de hojas, a quienes respetamos y deseamos el bien.
Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuándo no estamos bien, saben lo que nos hace feliz. Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ése da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.
Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra. El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.
Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrán de los que no nos dejarán nada. Ésta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad."
Hasta ese día, nuestros amigos se habían mostrado muy lanzados y muy dicharacheros, dispuestos a leer ante una multitud y lo que se terciara... ¡Pero, ay, cuando llegó la hora de la verdad! Se nos arrugaron los dos, se hicieron pequeñitos, pequeñitos, pequeñitos, y por momentos pensaba que no iban a poder acabar cada una de las frases que leían. Yo ya conocía este texto, pero estuve a punto de que se me saltaran las lágrimas al verlos tan emocionados y tan frágiles, intentando aguantar el tipo delante de tanta gente. Se les trababa la lengua, se comían algunas palabras, incluso había momentos en los que les faltaba la voz... ¡Lo que menos necesitaban era que empezáramos a llorar! Así que cuando ella me mira de reojo en un par de ocasiones, para ver mi reacción, yo le lanzo una sonrisa y asiento con la cabeza: "ánimo, preciosa, que lo estás haciendo genial". Cuando terminan, les faltan pies para volver a su asiento... ¡No sé si volverán a querer leer en otra boda, pobrecitos, jajaja! La verdad es que para quien nunca ha tenido que hablar en público, debe ser todo un reto. Y el hecho de tener que hacerlo de forma tan repentina creo que no les ayudó en absoluto.
A continuación, la concejala llama a mi madre. Mi padre ya empieza a cerrar los ojos, respira hondo, y yo me lo veo venir... Tomo aire y me dispongo a escuchar atentamente lo que esta maravillosa mujer quiere decirme en el día de mi boda, sin llorar, para absorber hasta la última palabra. Tomad aire vosotras también, porque viene el plato fuerte, lo que hizo que más de la mitad de la boda rompiera en un mar de lágrimas: la lectura de mi madre.
"En un día como hoy no quiero hablarte solo de amor, felicidad y de un futuro de ilusiones.
Este pequeño mensaje es un consejo para que afrontes tu nueva vida con entereza, no te apoyes en tu fuerza únicamente sino también en Miguel Ángel. Utiliza la solidez de los principios que hemos intentado hacerte llegar, de las convicciones existentes en tu interior como la verdadera base y esencia del amor que os tenéis. No olvides que en la vida siempre hay elementos con que rehacer la felicidad si ves que ésta flaquea.
Tienes en tus manos un arma vigorosa: la ternura. Una herramienta que derrite lo que los argumentos no pueden conseguir. Utilízala con cordura, sin derrochar, y nunca dudes en darla en los momentos precisos.
El amor y la ternura cambian las tonalidades de los sentimientos. El fracaso se convierte en estímulo, el llanto en consuelo, la ofensa en perdón y las dificultades en un nuevo encanto.
Argumenta después que todo haya pasado y siempre en la intimidad. No exijas a la vida más que lo que ella pueda darte.
Respeta mucho a Miguel Ángel para que logres entenderlo y dar de un modo natural lo que su corazón necesita. En la vida en pareja es una necesidad dar lo mejor que se posee.
Cuida tu amor, tiene etapas muy frágiles: brota con facilidad, crece y florece en pocos años, pero desde el principio hay que tratar de aclimatarse, de fortalecerlo.
Perfuma tu vida poco a poco y haz de cada experiencia una fuente de felicidad, una ruta a la paz y seguridad de tu hogar.
Alguien me dijo que el amor es como un jardín.
Lo preparas con cariño, lo siembras, lo riegas y lo cuidas.
Que vendrán lluvias fuertes, y helará,
y habrá sequías, pero no por eso dejarás tu jardín.
Recordad que podéis ser la pareja perfecta. Siempre...
No para los demás, sino para vosotros mismos.
No perdáis el misterio. Descubriros cada día.
Seguid disfrutando de los amigos. Es bueno tenerlos cerca.
Seguid disfrutando de vuestros padres. Siempre estaremos ahí.
Seguid disfrutando de vuestros hermanos. Los necesitaréis.
Necesitaros el uno al otro. Siempre.
Tened la llave del corazón.
Tened la libertad que hay en una jaula dorada,
porque el amor es lo que uno es a la sombra del otro.
Es lo que uno da con la mano tendida.
Es todo lo que uno regala con una sonrisa en los labios.
Es todo aquello que te llena de calma, que te llena de luz
y que te llena de vida.
Si todos os vemos felices, nosotros también lo seremos."
En honor a la verdad, hay que decir que el texto base salió de algún rincón de Internet, y ella le dio forma después utilizando sus propias palabras. El poema del final tampoco es suyo, pero tiene una belleza tan intensa que hizo que hasta el más duro sintiera por un momento que le flaqueaban las piernas. Yo escuchaba a mi madre en mitad del silencio de ese 3 de abril, bajo un cielo de nubes suaves, rodeada de más de un centenar de personas conteniendo la respiración, y me parecía que no había más sonido en el mundo que ése. Ni siquiera oía la canción que había elegido para el acompañamiento, me llegaban notas sueltas. En algún momento de la lectura oí a una de mis tías sollozar, y fue como si se hubiera roto el cristal de una pecera: empezaron a circular pañuelos y a rodar las lágrimas por las mejillas de la gente. No me atrevía a mirar a nadie directamente, pero vi de reojo que si no le daba un achuchón a mi padre justo en ese instante también él empezaría a llorar, así que alargué la mano, tomé las suyas, y en ese apretón estuvimos unidos hasta que mi madre terminó de leer, la gente dejó pasar un par de segundos de estupefacción, y rompimos todos a aplaudir. ¡Había leído como los mismos ángeles! Todo el mundo coincidió en que lo hizo estupendamente y en que tuvo muchas agallas. Yo tengo que reconocer que en esos instantes no lloré, no sé ni cómo lo hice, pero al volver sobre la lectura ahora me tiembla todo por dentro.
Esta foto me da un poquito de corte ponérosla, pero sé que os va a gustar.
¡Después sigo!