Desde la puerta del hotel bajamos andando a nuestra casa. La noche era clara, fresca, el cielo estaba despejado, y saboreamos nuestro primer paseo de casados a la luz de la luna en la madrugada que ponía fin a uno de los días más felices de nuestras vidas, si es que no el más feliz de todos hasta hoy. Caminamos sin prisa, hablando bajito, comentando los avatares del día, y volví a sentir una pequeña punzada de tristeza por no poder llevar puesto mi vestido y enseñárselo a la noche tranquila de abril. Sin embargo, me reconfortaba el apretón cariñoso y cálido de la mano de mi marido.
Pasamos por casa de mis suegros, que estaban ya durmiendo, y mi chico se cambió. Dejó allí el traje y el famoso tarro de cristal, cosa que no tendría que haber hecho porque en los días posteriores mi suegra se entretuvo en rescatar las monedas y limpiarlas de harina. ¡Esta mujer es incapaz de dejar las cosas quietas! A nuestros amigos no les hizo ni pizca de gracia, y aunque parezca una tontería, a nosotros nos habría hecho ilusión sacar el dinero del tarro, jeje. A fin de cuentas, era la única p*tadilla que nos habían hecho, por lo demás se habían portado fenomenal. Eso sí, no salieron 30 €, como nos habían dicho, sino poco más de 15.
Llegamos a casa y saludamos a nuestra pequeña familia de hamsters y periquitos. "¡Buenas noches, ya estamos aquí!" Ni caso. Los unos royendo los barrotes, los otros durmiendo en sus palos. Me sonreí: todo seguía como siempre.
Fui al baño y me desmaquillé mientras mi chico me miraba. Después, en la habitación, me ayudó a quitarme todas las horquillas del pelo, las bonitas y las que hacían de "algo viejo", y volvió a salir arroz de entre los mechones, como un bello recuerdo de las horas previas. ¡Qué lejos parecía quedar la mañana! ¡Cuántas cosas habían pasado, cuántas emociones habíamos vivido! A él también le salió arroz de los calcetines cuando se los quitó. Su recuerdo.
Sólo al tumbarnos en la cama nos dimos cuenta de lo cansados que estábamos. Nos miramos, nos cogimos de la mano y hablamos unos minutos sobre lo especial que había sido todo hasta que el sueño se apoderó de nosotros. Recuerdo que le dije, antes de dormirnos, que volvería a casarme con él el mismo día, en el mismo sitio, sin dudarlo. A día de hoy lo sigo pensando, lo haría con los ojos cerrados y no me echaría atrás ninguno de los quebraderos de cabeza que comporta una boda. Porque casarse es complicado en estos tiempos, pero a la vez muy fácil cuando se quiere de verdad. Es un gran ejercicio de organización previa, pero que revierte en tranquilidad y gozo ese día. Es estresante, pero reconforta con creces cuando ves reunida a toda la gente que es especial para ti mostrándote el lado amable de su corazón. Es un paso muy importante, casi grave, pero al mismo tiempo es lo más natural que puede ocurrir entre dos personas que quieren estar juntas sustentándose en el amor y el respeto que se profesan. En una palabra, es mágico. Lo sentiréis en vuestra propia piel y veréis que todos vuestros esfuerzos han merecido la pena.
Con esto, acabo la crónica de mi boda. En el mes de julio continuaré con la luna de miel, una vez que hayamos vuelto del viaje, e intentaré subir las fotos del reportaje oficial, que deberá estar ya listo para entonces. Gracias por acompañarme en este blog; espero que hayáis podido sacar en limpio algún consejo, alguna idea, o que simplemente os haya gustado y hayáis disfrutado leyendo tanto como yo escribiendo.
Un fuerte abrazo.