Las cicatrices de mis rodillas cuentan lo feliz que he sido pero también todo lo que me he caído y no puedo negar que soy torpe. Muy torpe pero con gracia.
Y como a veces me caigo no me extrañó nada que parte de mis amigos hicieran una porra para ver cuánto iba a tardar en caerme el día de mi boda. Era natural. Cuando la torpe del grupo les dice a sus amigos que para decirse el Sí Quiero va a bajar por una escalera de cuento de princesas con vestido largo y tacones, los amigos se miran y saben que se caerá. Seguro.
Si te estás preguntando si me caí bajando las escaleras durante mi entrada a mi boda ya te digo yo que no. No me caí en ese momento ni después cuando corrí, salte, brinqué y me lo pase como una enana haciendo el reportaje de fotos. Tampoco me caí durante el cóctel de mi boda en el que camine, reí e incluso me monté a caballito sobre uno de mis amigos… Las horas pasaban y yo en versión princesa estaba rompiendo todas las apuestas de mis amigos….
… pero entonces comenzó a ponerse el sol y nosotros decidimos pasar al salón para ver la puesta de sol. Entre teléfonos que te pasan para que hables con gente, hermanos que apuran cervezas y felicidad nuestros invitados entraron al salón, las puertas se cerraron y nosotros disfrutamos de uno de esos pocos minutos en que los novios están juntos (y solos!) el día de su boda. Me levanté el vestido, enseñe mis Converse rosas a las personas que estaban haciendo que todo fuera perfecto y empezamos a oír la música. Kike y yo nos miramos, sonreímos, se abrieron las puertas, nos soltamos de la mano porque íbamos a entrar saltando y bailando y con recorridos separados al salón y justo cuando sonaba “…lo siento por interrumpir…” yo me pisaba el vestido y me caía.
Caerme pero bien en la mesa de los amigos de mi marido, a los pies de Borja, uno de esos amigos futboleros que tantas veces había escuchado a Pepe Domingo Castaño decirle a Hevia que le pusiera a los pies de su señora y que ahora se encontraba con que la mujer de su amigo estaba a sus pies. Pensaba que me había caído con elegancia, al menos hasta que en el vídeo pude comprobar que elegancia, lo que se dice elegancia en la caída no había mucho pero risas por mi parte todas las del mundo.
Y así, entre risas decidí en el momento que aquello era un momentazo más y que el espectáculo debía continuar antes de que los invitados dejaran de reír y vinieran a ayudarme a levantarme dándole a aquello más importancia de la que tenía. Me levanté entre carcajadas, entre el “si es que siempre te caes!” que me soltó mi ya marido y llegué hasta la mesa presidencial mezclando las risas con la canción, riéndome de mi misma con todas las personas que quería, escuchando como mi madre me decía entre lágrimas de risas “menudo ostiazo”. Y es que las madres de las novias torpes tienen todo el derecho del mundo a reírse como nunca cuando ven que su pequeña del alma a sus 28 años sigue cayéndose…
En la mesa presidencial me “reencontré” con Kike y tras besarnos riéndonos él se quedo allí y yo me fui, sin saberlo ni siquiera, a lo que fue uno de los momentos más bonitos que recuerdo y del que fotos más bonitas tengo… Mesa por mesa, una a una, me recorrí todas las mesas de mi boda riéndome con todos los invitados, comentando la jugada, quedándome sin respiración entre carcajadas, dejando sin ganador aquella puesta porque nadie se esperaba una entrada al banquete así, compartiendo segundos y minutos con todos mis invitados que no tienen precio, momentos llenos de complicidad, de cariño, de amistad…. Y es que a veces, me caigo.