OT. EL REENCUENTRO. Hay una adolescente en mi.

Ha llegado el día. Hoy se estrena Operación Triunfo El Reencuentro y yo estoy aquí, con todo preparado para hacerme la dueña y señora de la tele a partir del primer segundo del programa. Repitiendo aquello que hacía hace 15 años cuando ordenaba a todo el mundo que estuviera en silencio porque aquello empezaba, cuando berreaba A tu Lado pensando que mi voz empastaba con la de aquellos concursantes aunque en realidad yo sólo quería que empastará con la de uno, la de Bustamante.

Mucha gente que me ha conocido después de mi adolescencia se asombra al descubrir que yo era fan de las de carpeta de “Bustamante, disco de diamante”. Incluso mi ahora marido se sorprendió cuando en la estantería descubrió tres discos con su correspondiente firmas. Hace muchos años que no los escucho pero, llamarme lo que queráis, los considero parte de mi historia vital, y ahí están y estarán.

Reconozco que a veces no he podido evitar reírme cuando le preguntan a alguien por el primer concierto que ha ido en su vida y todos hacen referencia a grupos de culto, a grandes o pequeñas leyendas pero gente respetable que dicen. Yo podría contaros que mi primer concierto fue uno de Ana Belén, Victor Manuel y compañía pero no, ahí fueron mis padres solos y nos dejaron con los abuelos a pesar de que yo ya me sabía todas las canciones, o que en el 1996 fui a ver a los Rolling, pero no, esa vez también me quede en casa porque yo de aquella pensaba que los Bom Bom Chip eran mejores que Jagger y amigos y lo discutía donde hiciera falta… Inocencia infantil que lo vienen llamando.

Mi primer concierto fue uno de Emilio Aragón. Yo tenía 4 años y mucho poder de insistencia por lo que mis padres cedieron y me llevaron al concierto en la plaza de toros de mi ciudad. Lo cierto es que me moría de emoción de cantar aquello de “cuidado con paloma que me han dicho que es de goma”, “te huelen los pies” o el archiconocido “yo tengo una bolita que me sube y me baja” pero no supe contener la emoción y me pudo. Me ganó la batalla y en esa plaza de toros, a mis 4 años me dormí antes de que Emilio Aragón saltara al escenario con sus converse. Mis padres no sabían si matarme o qué. Me dicen que después desperté.

Después vinieron varios conciertos de Bom Bom Chip (sí, mis padres molaban mucho y me llevaban a los conciertos que me chiflaban aunque su opinión fuera muy,  muy diferente), alguno de Alejandro Sanz, una actuación de Marianico El Corto en las fiestas de mi barrio y… llegó la adolescencia con Operación Triunfo en la mochila.

No os puedo decir en qué momento de mi adolescencia mi hice carpetera de Bustamante. Sólo que un día me sorprendí diciéndole a un amigo que cuando fuera a Cantabria parara en la casa de Bustamante. Y lo hizó, y me trajo tres hojas de la planta del portal y una carta de la luz porque era lo que quedaba en aquel devastado portal. Las hojas de las plantas aún deben estar por algún tomo de alguna enciclopedia metidas. Los días que había programa en mi salón no podían casi ni respirar, nada de hacer zapping por supuesto y yo gritaba con cada actuación. Fan, fan. Un día forré mi carpeta de fotos de Bustamante, me esforcé más en que aquello quedara bonito, cuadrado y no se pisaran las imágenes que en cualquier otro trabajo del instituto. Y la forré, que aquella obra de arte no podía deteriorarse y os confieso, que está en una esquina de mi trastero porque entre las fotos y las dedicatorias de los compañeros (sabéis de qué clase de poesía os hablo) y de los nombres de todos los chicos que nos gustaban año tras año, aquello vale oro, no tanto como un viejo diario que guarda una amiga mía y que miedo me da pero lo vale.

La final de Operación Triunfo fue un lunes de febrero o principios de marzo. Lo sé porque era la noche del lunes de carnaval de mi ciudad y yo con mi disfraz de Juana La Loca salí a disfrutar de mi fiesta favorita. En un viejo bar que se llamaba Astur King y que en ocasiones nos recordaba a los pasillos del instituto porque allí estábamos todos, todos y todos, decidieron bajar la música y poner el sonido de las teles y cuando hacía la 1 de la madrugada desvelaron que Bustamante había quedado tercero yo grité, salté e incluso llamé desde una cabina  casa para decirlo, como si fuera mi hermano el que hubiera quedado tercero, como si a mi madre le importara algo….Y entonces llegó la gira y Asturias no estaba en ella pero oye, que venían a Torrelavega y cómo no iba ir yo a ver Bustamante a su primer concierto en su tierra y convencí a mis padres y un sábado nos dejaron en la cola del concierto a mi amigo Figa y a mi, abrieron las puertas y corrimos mucho hasta que él se paro con Rocío Madrid de Crónicas Marcianas y yo le reñía porque eso a mi no me importaba, gritamos todo lo gritable y más aquella noche, cantamos con ellos y con no sé cuántas mil personas más y reconozco que aquel día que vivimos enfundados cada uno en un chandal cutre es de los que más recuerdo. La vuelta a casa fue aborrecida por mis padres, estoy segura, dos adolescentes sentados en el asiento de atrás sin cerrar la boca un segundo contando todo lo que habían vivido, y lo que no se lo inventaban, también hay que decirlo.

Algún concierto que otro más con amigas, mucho merchandising y firmas de discos se sucedieron en los meses e incluso algún que otro año después. Era joven, me ha había puesto un moldeador en el pelo y me gustaban los jerseys de colores. El look de Bustamante era también hortera de narices. Cosas de la época.

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Y aunque luego crecí y la música que me había acompañado en la adolescencia se quedo olvidada, hoy tengo muchas ganas de ver ese programa cuyas canciones fueron banda sonora de momentos de mi vida. Todos hemos cantado Escondidos cogidos de la mano de algún amigo, todos hemos bailado eso de “más, te quiero y quiero más” aquel verano en el que comimos muchas Pringles, hasta los del norte nos arrancamos a imitar a Nuria Fergó en alguna ocasión y nos llegamos a marear dando vueltas a lo Bisbal al ritmo de Ave María. Nos sentimos más europeos que nunca con aquel living a celebration y todas quisimos que dos macarras de instituto corearan eso de “somos dos hombres y un mismo destino” y, lógicamente, queríamos ser el destino. Todos fuimos cuando tú venías y años después, todos fuimos Chenoa en aquel portal, vestida con chandal y llorando.

Los tiempos han cambiado, hemos crecido y lo hemos hecho bien pero hoy, todos volvemos unos años atrás.

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