Todos los días hay que decirse Sí Quiero.
La vez que decimos Sí Quiero después de un tiempo de preparativos es, quizás, la más importante pero quizás también la más fácil.
Decirse Sí Quiero cuando todo va bien, cuando todos estamos guapérrimos, cuando todos irradiamos felicidad es bonito pero no vale con decirlo y no repetirlo más.
Hay que decirse Sí Quiero alguna que otra mañana, sino todas, despeinados y con legañas o esa noche en la que decides ponerte esa mascarilla de la que hablan maravillas pero que te hace parecer un bicho raro, aún más.
Sí Quiero debe decirse a gritos para que todo el mundo se entere pero también bajito y al oído.
Hay que escuchar Sí Quiero en el bar de moda, rodeados de amigos e incluso con regatteon de fondo y también en el sofá de casa, en uno de esos domingos de manta y poco más.
Hay que decirse Sí Quiero. No porque se nos olvide sino porque cuando lo decimos, cuando nos lo dicen, sonreímos. Hay que decirse Sí Quiero. Y sonreír.
Sí Quiero hay que decírselo todos los días, o al menos cada dos y no sólo esos días marcados en rojo en el calendario porque a veces, los días en negro, los rutinarios son aún más especiales porque un día destaca por ti, no por lo que diga ese calendario aburrido del banco de la esquina.
Sí Quiero hay que decirlo más. Qué digo más. Sí Quiero hay que decirlo por encima de nuestras posibilidades. Vivir queriendo rompiendo todas las estadísticas.
Sí Quiero hay que decirlo hasta los lunes de Enero, por mucho que estos se empeñen en disfrazarse de Primavera.