¿Cuál es la mejor hora para hacer una postboda?
A partir de las 6 de la tarde. Es la respuesta que siempre doy cuando me preguntan. Y con esto no quiero sentar las bases de nada, pues cada fotógrafo es un mundo y habrá quien prefiera otro horario. En mi caso, ando siempre a la caza de las puestas de sol, aunque está visto que no siempre lo consigo y en Galicia, los veranos nos regalan unos días muy largos en los que el sol da una guerra tremenda para marchar. ¡A veces son las 10 de la noche y aún tenemos una luz increíble!
Así que la tarde en que hicimos esta postboda, salimos del estudio a las seis de la tarde. Vera y Tony volvieron a vestirse como el día de la boda -me hizo gracia el detalle del alfiler brillando en la corbata de Tony- los dos lucían impecables, y a mí me dolió pensar en lo que iba a sucederle a ese maravilloso vestido cuando Vera caminara sobre las rocas y la arena del mar.
El plan era irnos directo a la playa, pero contábamos con tiempo de sobra, hacía una tarde espléndida y por el camino teníamos un antiguo monasterio con mucho encanto. En él hicimos nuestra primera parada y estas fotos que veréis a continuación:
Malabarismos aparte -que casi me rompo la crisma fotografiándolos desde arriba- la experiencia de hacer fotos en el monasterio fue de lo más misteriosa y a la vez divertida. ¡Nos pasaron cosas! Había en aquel sagrado lugar un aura de leyenda que impresionaba, aunque la verdad, creo que sufrí toda esa atmósfera en solitario, porque mis dos chicos estuvieron más ocupados con sus arrumacos y con el bendito columpio. Nunca mejor dicho, porque una de esas es mi foto preferida de lo que fue esa tarde de trabajo.
Si no me creéis, fijaros bien. ¿A que parece que alguien le tiró del velo a la novia?
Como la experiencia es un grado, decidimos no quedarnos más tiempo en aquel lugar. Aún queríamos hacer otra sesión de fotos en la playa y eso significaba más de media hora por la carretera hasta la playa de Portosín.
Vera y Tony nos guiaron hasta una pequeña cala a la que iban a bañarse a menudo cuando todavía eran novios. ¡Me quedé de piedra cuando vi que solo se podía acceder a ella trepando a un farallón altísimo y volviendo a bajar! Tan anonadada estaba y tan increíble me parecía que yo estuviese haciendo todos esos aspavientos detrás de ellos, con la poca dignidad que me quedaba y ocho kilos de equipo fotográfico en la mano derecha, que no hice ninguna foto donde se viera la altura de los farallones por donde bajábamos. Finalmente, superé la prueba y conseguí aterrizar sobre la arena… ¡viva! jejeje ¿Quién dijo que fotógrafo no es una profesión de riesgo? Ojo al dato: Vera realizó el “peligroso” descenso calzada con los mismos taconazos con los que se casó. Y creo que llegó abajo sin un rasguño.
El resto de la jornada, ya fue coser y cantar. Vera y Tony se divertían y nosotros hacíamos fotos. Juro que no hubo posados, ni ponte así, ni camina para acá, ni suelta la cola del vestido, ni “Tony, carga a Vera y tírala al agua”. A favor, decir que el agua estaba buenísima y que después de tanto correr los cuatro por aquella playa, teníamos unas ganas locas de meternos del todo y nadar un poco.
En contra, decir que ninguno de los cuatro llevamos bañador. Ni se nos ocurrió pensar en llevarlo y créannos que nos arrepentimos muchísimo y tomamos nota para otra futura postboda en la playa, no volver a dejar el bañador detrás.
Se estaba tan bien en aquella playa solitaria que nos marchamos solo cuando se acabó la luz. Regresamos por donde mismo vinimos -¡No había otra opción- y yo aún sigo sin creer que subí y bajé esos farallones de piedra.. que una ya tiene una edad, aunque también es verdad que conté con la ayuda de Carlos y de Tony.
Como todas esas horas haciendo fotos provocan un hambre increíble, decidimos pasarnos por el Bar de Nito en Portosín, una bocatería donde ponen unos bocadillos de pulpo y de calamares enormes y muy, pero que muy ricos.
De más está deciros que Nito se quedó ojiplático cuando vio a Vera con todo su vestidazo lleno de arena, sentada allí como si tal cosa, disfrutando de sus bocatas y su cerveza. Le pidió que le permitiera hacerle una foto con el móvil, pues era la primera vez en 18 años, que una novia se sentaba en una de sus mesas.
Cosas que demuestran que las bodas, los fotógrafos y las parejas, sí que han pegado un cambiazo.
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