Creo que el destino propició nuestro primer encuentro. Una fuerza superior me retuvo a su lado, me dejó bloqueada, incapaz de moverme y sin poder hacer otra cosa ya más que entablar una conversación con él.
En cada palabra me transmitía una cercanía indescriptible, era como si nos conociésemos desde siempre, como si no fuese un principio sino una continuidad.
Me gustó mucho hablar con él aunque sólo fuese por poco más de media hora. Sentí una familiaridad poco común.
Esta sensación me resultaba tan desconcertante porque yo soy una persona a la que le cuesta mucho coger confianza con gente a la que acabo de conocer y aunque no era su caso ya que le conocía hacía tiempo, si es cierto que era la primera vez que estábamos tan cerca hablando.
A él también se le veía muy relajado y tranquilo y me hablaba como si fuésemos amigos de toda la vida y me contaba cosas de su día a día con total confianza.
No me apetecía para nada bajarme del autobús, me habría gustado que el trayecto hubiese durado mucho más.
Mi vida por aquel entonces era un caos y bastante triste, pero sin embargo los pequeños ratos que pasaba a su lado, toda esa oscuridad y tristeza desaparecían por arte de magia aunque sólo fuese por unos minutos, esos breves momentos que pasaba junto a él. Le daba una paz inmensa a mi corazón. Era como una pequeña antorcha en mi oscuridad. Me hacía reír, me hacía olvidar mi triste realidad. Me hacía sentir increíblemente bien.
Cada día que podía cogía su autobús para pasar un rato con él, que aunque resultaba de lo más breve, para mí eran momentos muy especiales, me daba mucha tranquilidad estar cerca de él.
Un buen día las cosas dieron un giro inesperado entre los dos, fue algo que no esperaba pero que en el fondo deseaba...