Y lo reconozco, desde que lo tengo enciendo menos la tele.
Tengo olivo en el salón como siempre que piso Asturias después de haber saltado en Extremadura desde hace años.
Yo, que no creo en nada, que huyo de la patria impuesta mientras me construyo una propia a base de trocitos, que marco mis propias días en rojo en el calendario…
Yo, yo tengo olivo en el salón. Y enciendo menos la tele.
Porque miro el olivo.
Porque el olivo eres tú y esa ilusión inculcada por tu tierra, el olivo son esas risas con los amigos cerca de alguno sin ninguna preocupación más que no se nos acabará la cerveza y las pipas, el olivo son esos reencuentros y despedidas (malditas despedidas) con la familia, es esa sonrisa de niña ilusionada cogida de tu mano la primera vez que te lleve a ese pueblo
El olivo es mi orbayu del sur. Ese que es una parte de personalidad, que hace falta de vez en cuando, que te cala por dentro, que te hace sentir nostálgica y ahogar suspiros mientras suena esa canción de Alex Ubago que has seleccionado en el Spotify…..
Mirar el olivo es estar cerca aunque no se esté, es encapsular momentos que son recuerdos y hacerlos un poquito presente, es sonreír sola y como una tonta a este lado de la Ruta de la Plata. Es parar el tiempo, aunque luego haya que volver a ponerlo en marchar.
El olivo es echarlo de menos y a la vez, jartarse de él de la misma manera que terminas harta de ese orbayu con el que amaneces más de cinco días seguidos.
El olivo es un árbol, pero yo, que no creo en nada me sorprendo a mí misma creyendo en él. Porque al final todo se reduce a sentir, de momentos de felicidad, de erizar la piel y de eso, la patria que estoy construyendo, tiene mucho.