ERA UNA VEZ
Era una vez un hombre que amaba a una mujer.
El hombre era poeta y ella no lo sabía;
apasionadamente la amaba. Le atraía
su profunda mirada, su terco enmudecer.
Y en una noche íntima, sin poder contener
su ardor, habló por fin: -?Tu amor, amada mía,
prendió en mí la celeste llama de la poesía.
Oh, que maravilloso poema voy a hacer?.
Cuando después sus versos le recitó el poeta,
ella, que le escuchaba pensativa e inquieta,
sonrió amargamente y, lenta, se alejó.
El la miraba atónito: -?¿por qué me dejas, di?
Y sin volverse, lejos, le contestó ella asi:
-?Eres poeta... Sueña. ¿Que falta te hago yo??.
ELLA
¿No la conocéis? Entonces
imaginadla, soñadla.
¿Quién será capaz de hacer
el retrato de la amada?
Yo sólo podría hablaros
vagamente de su lánguida
figura, de su aureola
triste, profunda y romántica.
Os diría que sus trenzas
rizadas sobre la espalda
son tan negras que iluminan
en la noche. Que cuando anda,
no parece que se apoya,
flota, navega, resbala...
Os hablaría de un gesto
muy suyo..., de sus palabras,
a la vez desdén y mimo,
a un tiempo reproche y lágrimas,
distantes como en un éxtasis,
como en beso cercanas...
Pero no: cerrad los ojos,
imaginadla, soñadla,
reflejada en el cambiante
espejo de vuestra alma.
(Gerardo Diego)