Cuando yo me casé, llevé un vestido de color azul eléctrico, a juego con el coche de mi padre y padrino. Aunque reconozco que fue una casualidad que coincidieran, sí. La cuestión es que yo quería salirme de la norma y no quería vestir de blanco.
Bien, pues aquella noche tuve que explicar más de una vez que yo era la novia: recuerdo un momento concretamente, en los servicios del hotel, retocando el maquillaje y compartiendo confidencias con otras cuatro o cinco damitas vestidas de blanco; me miraron incrédulas cuando les dije que yo también era una novia. Como si una no se pudiese casar si no era de blanco.
El blanco es la asociación popular, pero en su origen el color blanco del vestido de la novia era un símbolo de poder económico y de estatus social. Se puso de moda entre las clases pudientes araíz de que en Inglaterra la Reina Victoria fuera vestida de ese color en su enlace con el príncipe Alberto. El retrato de bodas causó tanta sensación que las novias empezaron a vestirse de blanco el día de su boda. El vestido se conserva en el Museo Victoria y Albert de Londres.
Seguro que más de una habéis escuchado las historias de las abuelas que se casaron de negro, un día de labor y prontito por la mañana, para luego ir al trabajo. Hoy en día el negro se reserva al luto, pero no es descabellado encontrar vestidos de novia de otros colores.
En muchos países como Estados Unidos e Inglaterra, es común el amarillo, que se identifica con el dios del amor y la abundancia. En países orientales como la India o Irak, el rojo es habitual en las nupcias.
A mí me encantan los vestidos diferentes y originales, y una forma sencilla de conseguirlo es utilizando otros colores. ¿Y vosotras qué opináis?
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