Cambiando la sierra por aires de verano

¡Hola!

Hoy no te voy a contar nada de bodas, es simplemente una reflexión al aire para decir que estoy un poco… ¿Acojonada-ilusionada-contenta-triste?
Pues sí, todas esas cosas a la vez, ¿y por qué? pues porque señor marido hace algo más de un mes, durante la comida, sin filtros, me soltó: “Amor, ¿te plantearías irnos a vivir a Alicante?”, yo solo pensé: “¡Mátame camión!” y dije entre lágrimas que saltaron directamente de mis ojos: “Bueno, nos lo podemos plantear”.

Casi deseé rebobinar la cinta y que esa frase no volviera a sonar nunca.

Soy Alicantina de nacimiento y Madrileña de sentimiento (de las de pueblo, eso sí). Llevo cinco años viviendo en la sierra de Madrid, y se me llena la boca cada vez hablo de mi pueblo, la mayoría de gente (sobre todo los de ciudad) me dice que esto está perdido, pero no lo cambio por nada.
Tengo ese sentimiento de vivir en un pueblo de los de antes; nos saludamos por la calle, conozco a las cajeras del súper, al cartero, a la de la copistería y quitando el frío, el resto es maravilloso. Cuando miro por la ventana y tengo las montañas de fondo, salgo a pasear con Homer (mi superperro) y todo es verde, veo vacas, burros… e incluso alguna vez he visto pasar por delante de la puerta de mi casa a unos vecinos con sus caballos.



¿En qué momento se da una cuenta de que es más de campo que las amapolas?

Hace cinco años me vine a Madrid por amor, conocía a mi novio desde los 16 años, siempre fuimos buenos amigos, pero un día los planetas se alinearon, saltaron chispas entre nosotros y nos besamos mientras explotaban fuegos artificiales como en la peli de Aladdín (jaja… bueeeno vale no, pero ¿a que hubiera estado bien?) En fin, besos aparte, cuando mi marido se volvió a su casa (Madrid) decidí venirme a pasar unos días con él, cogí el micro-coche de mi madre y seis horas después y sin gps, llegué a lo que a mi parecer era el pueblo más perdido del mundo.

A medida que pasaban los días me sentía más feliz, así que a los seis meses cogí mis bártulos y me vine a vivir con el que ahora es mi señor marido.

Cinco años después he aprendido a valorar y disfrutar de los detalles; la naturaleza, las diferentes tonalidades de verde del campo, los bichos varios (aunque me siguen dando un pelín de repelús… tuve un tratamiento de choque cuando mi marido me hizo estar 10 minutos apuntando a una mantis religiosa con la linterna del móvil para hacerle una buena foto), pero lo más importante es que he conocido realmente lo que es la felicidad, el levantarme cada mañana y disfrutar de mi trabajo, de mi marido, de mi día a día…

Y de repente…

¡Ale bonica! Haz las maletas y vuelve a donde saliste. No hay onomatopeyas para que podáis visualizar lo que siento a veces. Cierto es, que no soy la misma pequeña saltamontes que partió de Alicante más perdida que un elefante en una cacharerría, cierto es también que nos vamos a vivir a un pueblecito con esencia de montaña pero a diez minutos de la playa, Busot, me hace mucha gracia porque cuando se lo digo a la gente que conozco todas me dicen lo mismo: “Oh, qué bonito, no he ido nunca pero me han dicho que es precioso”… jajajaja. Bueno, ahora tendrán la posibilidad de conocerlo porque ¡nos hacemos Busoteros!

¿Y qué se queda aquí?

Aquí dejo a las mejores personas que he conocido nunca; grandes amigos y tres peques estupendos (casisobris) que hacen que sienta que tengo familia, compis de curro que no voy a olvidar nunca, un pueblo maravilloso y recuerdos, muchos recuerdos y momentos geniales vividos, risas de las que traspasan las paredes e ilusiones en cada rincón, cenas al calor de la chimenea y barbacoas al torraet del sol. ¡Dejo mi vida! Nunca fui tan feliz.

Solo pido al que ocupe mi casa, que la cuide, que la viva, y que ojalá almacene tantos buenos recuerdos por metro cuadrado como hicimos nosotros.



The post appeared first on Malasnovias.